miércoles, 27 de marzo de 2013

Nóema perceptivo en Husserl




          La reducción fenomenológica desarrollada en la sección segunda de Ideas I, al suspender el carácter tético de la actitud natural, donde se considera el mundo como trascendencia, permite acceder a la correlación noético-noemática, en la cual es  “reconducida”[1] la mirada con el fin de analizar la estructura de la conciencia pura dadora de sentido junto a sus componentes real-inmanentes (reell), y por otra parte, su correlato noemático, considerado ahora como el objeto “percibido en cuanto tal” constituido en la inmanencia. El tema que dirige el siguiente trabajo, es el del tratamiento de la correlación nóesis-nóema y su repercusión en el análisis fenomenológico de la percepción esbozado en la obra mencionada. Nos serviremos de un valiosísimo artículo del profesor argentino Luis Román Rabanaque de nombre “Cuestiones en torno al nóema”, el cual por su claridad y profundidad, pese a su no muy vasta extensión, expone de manera concisa los principales elementos a considerar en el estudio de la correlación nóesis-nóema desarrollados por Husserl en el primer tomo de Ideas. El fin que buscamos precisamente, es el de clarificar la lectura de esta obra, por lo tanto, no me concentraré en criticar la interpretación hecha por tan respetable profesor, intentaré sin embargo, ser claro y conciso en el curso de esta exposición.   
Sabemos que a partir de 1913, en la edición de su obra Ideas relativas a una fenomenología pura y una filosofía fenomenológica, Husserl profundiza y extiende sus consideraciones filosóficas, desarrollando y dotando a su fenomenología del método fundamental que le da inicio. En efecto, la epojé fenomenológica abre el campo de estudio fenomenológico, permitiendo señalar el paralelismo primordial entre el mundo y la conciencia de mundo. Al comienzo de esta obra, Husserl parte haciendo una descripción no fenomenológica del mundo, es decir, tal como es considerado en la actitud natural ingenua; como el mundo de nuestra vida cotidiana, el cual sirve de base para la proyección de todos nuestros puntos de vista, valoraciones y tendencias; en el cual se encuentran otras personas, animales, plantas y objetos de toda clase; un mundo, finalmente, articulado por estructuras de sentido en el cual creemos de manera incuestionable. La reducción fenomenológica, como dijimos, permite al fenomenólogo considerar ahora la trascendencia del mundo como constituida en la inmanencia de la conciencia pura, analizando las estructuras esenciales por las que es posible este proceso. En la sección tercera de esta obra, comienza Husserl a deslindar la descripción de los actos llevados a cabo por la conciencia pura.
En efecto, la sección está dedicada a desarrollar lo que Husserl denominó como: el a priori universal de la correlación noético-noemática, vale decir, el paralelismo esencial de toda vivencia intencional. Es preciso distinguir por separado los dos miembros de esta relación. El “Nóema” señala Rabanaque[2], es el nombre que Husserl le da a la objetividad reducida, la cual señalamos, es rotulada de esta manera luego de haber sido practicada la epojé. En ella, Husserl distingue los componentes real-inmanentes (reell) de las vivencias y sus correlatos intencionales. De modo que los componentes reell corresponden a lo que Husserl en la tercera investigación lógica llamó “pedazos y momentos”, es decir, partes independientes y no-independientes de un todo sintético (aquí la vivencia intencional) y que se encuentran en todo acto; y por otro lado, están los momentos noéticos, cuya función se caracteriza por encerrar un sentido. Otros componentes real-inmanentes corresponden a la materia o “datos hyléticos” de la sensación, los cuales exhiben (darstellen) escorsivamente el objeto junto a sus determinaciones (texturas, colores, formas, luminosidad, tamaño, etc.) pero que no son el objeto, es decir, no se identifican con él. Esto es difícil de comprender, pues las determinaciones objetivas mencionadas no están en el sujeto sino en el objeto, y sin embargo Husserl sostiene que ellas pertenecen al escorzo hylético correspondiente a la vivencia; el objeto es percibido pero no vivido. Por otro lado, se encuentran componentes que no son real-inmanentes los cuales comprenden el sentido. El Nóema es el correlato de la “Nóesis”, vale decir, las vivencias dadoras de sentido; las aprehensiones objetivantes, animadoras de los datos hyléticos. De esta manera, se puede concebir una variedad múltiple de actos noéticos (juzgar, recordar, desear, etc.) frente a la identidad sintética del objeto que es mentado en las nóesis. Husserl señala que:
Dondequiera responde a los múltiples datos de los ingredientes, del contenido noético, una multiplicidad de de datos comprobables en una intuición realmente pura e integrantes de un correlativo “contenido noemático”, o más brevemente, de un “nóema” –términos que desde ahora usaremos constantemente.[3]
El mismo Rabanaque señala que esta distinción entre material hylético y forma noética se puede traducir en el esquema bosquejado en las Investigaciones lógicas, a saber, el esquema de aprehensión y contenido de sensación. De manera que el objeto se constituye, trascendentalmente, a través de las operaciones noéticas, sobre la base del material hylético; a éste corresponde un rol funcional constitutivo en la vivencia. No obstante, no es intencional, más bien contrasta con el nóema en la medida que tiene el carácter de ser real-inmanente, y por otro lado, con la nóesis, la cual intencionalmente da forma y anima la hyle. De esta manera se constituye la “nóesis completa” junto a sus correlatos como “nóema completo”. Rabanaque ordena estas ideas del siguiente modo:
1.   La nóesis engloba la totalidad de componentes real-inmanentes, el nóema, la totalidad de componentes irreales, ideales. Los primeros se hayan sujetos a la temporalidad interna; los segundos son independientes del tiempo.
2.   Los  momentos noéticos en sentido amplio son unidades constituyentes, los momentos noemáticos correlativos son unidades constituidas. […] Lo constituido es aquello que permanece, lo que se mantiene en identidad frente a la fugacidad, frente a lo pasajero de las vivencias.[4]
Dada esta distinción fundamental es posible, según Husserl, diferenciar el objeto percibido de la percepción, el objeto recordado del recuerdo, el deseado del deseo, etcétera. 
Por otra parte, y esto es fuente de discusiones entre los especialistas, el nóema está íntimamente articulado con el componente noético; es decir, es poseedor de un núcleo de sentido y de un carácter de ser, en tanto protodoxa o tesis que sostiene la diversidad de vivencias noéticas. Por su parte, el núcleo es el portador del sentido; a este corresponde lo que Husserl denomina como la X vacía junto a sus determinaciones en tanto que es el objeto de la vivencia, y, finalmente, el sentido, entendido en la medida que es llevado a plenitud como correlato de los datos hyléticos. Entre ambos miembros de la correlación hay una articulación necesaria; no hay nóesis sin su nóema y no hay nóema sin su nóesis correspondiente. Más adelante, intentaré mostrar detenidamente estas consideraciones.
Mencionábamos arriba, que la percepción, como todo acto, posee su nóema, vale decir, su sentido perceptivo, o como Husserl denomina “lo percibido en cuanto tal”. Aquí en efecto, entra en juego una nueva distinción, y es la de contrastar la percepción tal como se da en la actitud natural, vale decir, en que el objeto es concebido como algo existente en el espacio-tiempo de manera independiente al sujeto, y la percepción, como una operación o estado psíquico propio de toda persona. Husserl señala que entre ambas hay nexos reales: “El sentido perceptivo es inherente, como se comprende de suyo, también a la percepción no reducida fenomenológicamente (a la percepción en el sentido de la psicología)[5]. El ejemplo clásico de Husserl en Ideas, es el de imaginar la percepción de un “manzano en flor”; la percepción en sentido natural considera este objeto como algo que permanece ahí en el mismo lugar, pese al paso del tiempo, que puede ser recorrido una y otra vez, y que permanece como siendo él mismo si es que no se presenta algo que altere ese estado. Sin embargo, una vez ejecutada la epojé el modo natural de concebir el objeto percibido queda puesto entre paréntesis, y no obstante dice Husserl “todo ha quedado como antes”, la práctica de la epojé ha permitido sin embargo, aprehender el objeto tal como se da inmanentemente en la percepción. Esta “modificación radical”, en efecto, hace posible concebir lo dado en la percepción como una vivencia pura, en cuanto naturaleza eidética. No se puede dejar de ilustrar esto con el muy citado párrafo de Ideas que nos dice:
“En” la percepción reducida (en la vivencia fenomenológicamente pura) encontramos, como imborrablemente inherente a su esencia, lo percibido en cuanto tal, expresable como “cosa material”, “planta”, “árbol”, “en flor”, etc. […] El árbol pura y simplemente, la cosa de la naturaleza, es todo menos esto percibido, el árbol, en cuanto tal, que es inherente como sentido perceptivo a la percepción, y lo es inseparablemente. El árbol pura y simplemente puede arder, descomponerse en sus elementos químicos, etc. Pero el sentido –el sentido de esta percepción, algo necesariamente inherente a su esencia- no puede arder, no tiene elementos químicos, ni fuerzas, ni propiedades reales en sentido estricto.[6]
El carácter de idealidad del nóema, consiste por un lado en que si bien no es un componente real-inmanente de la vivencia, es por otro aquello que permanece idéntico en el tiempo interno de la corriente de vivencias. Se produce aquí una separación entre la realidad determinada por la legalidad natural (el árbol que se quema) y el ámbito del sentido, cuya idealidad no puede ser determinada por leyes naturales. Esto se precisará más, en la medida que se comprenda ahora la noción de núcleo noemático y se vayan destacando otros aspectos fundamentales de la percepción en la descripción noemática del mundo vivido.
Hasta ahora, el análisis noemático que someramente se ha mostrado, se encuentra en el ámbito de la percepción externa. Sin embargo, es importante señalar que estas consideraciones se extienden mutatis mutandis a todas las vivencias intencionales. Es decir, poseen la misma estructura; en ellas se da la correlación noético-noemática, y en lo que respecta al nóema, éste se articula como un sistema de niveles o estratos que envuelven el núcleo central de sentido. De manera que es necesario establecer una distinción entre: los actos simples que derivan de la percepción externa, tales como el recuerdo, la imaginación o la presentificación. En segundo lugar, los diferentes grados de atención que se dan en las vivencias. Tercero, las variadas formas noéticas que se posicionan una sobre otra en una unidad sintética, y por otra parte, los diversos noémata que se sedimentan en torno al núcleo de sentido. Así, estas modalidades noético-noemáticas definen correlativamente, el cómo se da el objeto en la vivencia, vale decir su cualidad de acto. Y en cuarto lugar, esta distinción se relaciona con los actos del lenguaje, el cual hace posible la expresión de las demás vivencias mediante conceptos, pues, todo aquello que es mentado en sentido noemático es susceptible de ser expresado por medio de significaciones noemáticas. Rabanaque señala aquí que, si bien, sentido y significado suelen concebirse como sinónimos, es necesario reservar el segundo para el ámbito de la lógica y del lenguaje, mientras que el sentido posee un carácter más amplio, en la medida que es el núcleo noemático de toda vivencia, sea lingüística o no.
Es preciso ahora, tratar sucintamente la estructura del núcleo noemático y la noción más arriba mencionada como la idea del  sentido en tanto X vacía. Si bien, el nóema es concebido como la unidad ideal sintética que permanece idéntica frente a las fluctuaciones de la nóesis y sus correlatos hyléticos, cabe agregar además que el asunto no se reduce únicamente a este esquema. Hemos señalado en efecto, que el nóema no está constituido solamente por el sentido, sino que en él se encuentran además sedimentadas otras capas que lo envuelven y lo muestran como el núcleo. No obstante, el sentido se puede caracterizar según las dos perspectivas de la correlación; como “contrapolo” de las múltiples vivencias noéticas, vale decir, el cómo es representado el objeto, y por otra parte, como unidad de las multiplicidades noemáticas, es decir, de las maneras de cómo el objeto se muestra. Dentro de la diversidad presente, el sentido permanece invariable, frente a los correlatos que fluctúan en el tiempo. Aquí, Rabanaque articula estas nuevas consideraciones de Husserl con el esquema “materia y cualidad del acto” de las Investigaciones lógicas. En efecto, es notable el puente que traza aquí el profesor argentino, pues ilumina un momento de continuidad entre las Investigaciones y el primer tomo de Ideas, usando como hilo conductor la noción de materia intencional y el objeto. En las investigaciones, Husserl sostenía que en la esencia intencional de toda vivencia se encuentran estos dos elementos, los cuales determinan el conjunto de propiedades o características con que se aprehende el material de sensación; esto se articula con el otro componente esencial de la intencionalidad que es la cualidad. Esta cumple la función de establecer si el sentido es intencionalmente ponente o no-ponente. Materia y cualidad corresponden al correlato esencial de la intencionalidad: […] la cualidad, que caracteriza al acto, por ejemplo, como representación o juicio, y la materia, que le presta la determinada dirección a un objeto, que hace, por ejemplo, que la representación represente esta cosa y no otra.[7] De esta manera entonces, es posible entender, según Rabanaque, que la materia ya no corresponde únicamente a una propiedad subjetiva del acto, sino también a las determinaciones del objeto en cuanto objeto, es decir, en cuanto intencionado. Recordemos que en las investigaciones, la materia es comprendida según dos modalidades; primero como la dirección a objeto, que exhibe el conjunto de notas que hacen del él este objeto y no otro; y segundo, el objeto tal como es intencionado del objeto que es intencionado. Trasportando esto al plano noemático, esta distinción se comprende como el sentido, en tanto conjunto de determinaciones, y la misteriosa “X vacía”, es decir, del objeto en cuanto tal. En consecuencia, todo nóema posee un sentido, sentido que es el medio con que se refiere a su objeto específico.
Y advierte (Husserl) inmediatamente, que la relación contenido-objeto puede entenderse de dos maneras, que conviene distinguir para evitar equívocos, y a las que aludimos más arriba: a) por un lado, indica la referencia de la conciencia (contenido como vivencia intencional) a su objeto (correlato noemático); b) por otro, determina la relación entre los sentidos noemáticos y el objeto en sentido estricto dentro del nóema mismo.[8]
De acuerdo a lo ya plantado, no es únicamente la conciencia la que se refiere a un objeto, sino que también, el nóema está relacionado con el objeto mediante sus contenidos. El objeto por su parte, se concibe como el “portador” de las características noemáticas, vale decir, de lo intencionado “en cuanto tal”. De modo que es posible como hemos señalado, separar los caracteres subjetivos o noéticos de los dos modos en que se comprende el objeto; el objeto tal y como es intencionado y el objeto que es intencionado. El objeto, de acuerdo a esto, es definido por Husserl “en el cómo de sus determinaciones”; no obstante, es patente que la percepción posee un carácter limitado por su unilateralidad, es decir, al observar el árbol en flor citado por Husserl, comprobamos que es imposible que en la vivencia se presenten al mismo tiempo todas sus determinaciones. El carácter esencial de la percepción, en efecto, es que presenta el objeto de manera escorzada, por caras, no visibles todas a la vez. Todas aquellas determinaciones y caras no visibles entran en el campo de las intuiciones vacías, presentificadas, comentadas, o dicho de otro modo, se dirigen a ellas intenciones significativas vacías, carentes de plenitud intuitiva. En consecuencia, el nóema posee un conjunto de características predicables de índole formal o material determinado y no-determinado, los cuales conforman un “horizonte de determinaciones” que permite concebir el objeto no como si sus determinaciones se agotaran en el momento del estar presentes, sino que se plantea aquí la idea de que la percepción posee un carácter teleológico que apunta a concluir con la cadena de determinaciones, aunque se la considere como infinita. Este primer modo de concebir el horizonte de determinaciones es posible comprenderlo como un horizonte interno del objeto; por otra parte, y desde esta idea se comienza a extender el análisis fenomenológico hacia capas más profundas, es posible comprender un horizonte externo, en el cual el objeto no se reduce a sus determinaciones, sino que entra en relación con otros objetos que también lo determinan. La percepción implica que esta no se encuentra parcelada en un solo objeto, sino que éste se encuentra inserto en un campo intuitivo de trasfondo. Esto señala que, si bien el captar un objeto significa el destacarlo de entre otros objetos situados en un fondo, se presupone un horizonte externo de captaciones inactuales que resultan comentadas en diferentes grados de actualidad, como objetos potencialmente actualizables.
Vemos de esta manera que el objeto comprende el punto final de la intención, su telos, y que además, comprende el doble horizonte de determinaciones en tanto presentes como no-presentes. Sumado a esto, podemos ver también que todos los predicados posibles son inseparables de su objeto, en tanto X vacía, pero que sin embargo, no la definen completamente, no la agotan del todo. Esto se extiende como vimos más arriba a la totalidad de actos y no sólo a los actos simples como la percepción. “Por ello, la X vacía constituye el momento último de identidad” de todo correlato noemático, sea simple o fundado (IX, 480).”[9]
Ahora bien, desde estas nociones fundamentales del análisis del nóema y su núcleo de sentido, es necesario indicar ahora dos grandes dimensiones que engloban la correlación nóesis-nóema, estos es, el del carácter tético y las maneras de darse el objeto.
Las vivencias intencionales tienen la característica fundamental de ser portadoras de una creencia, o como Husserl denomina en Ideas: doxa o tesis, cuyo correlato en el “carácter de ser”. En las Investigaciones lógicas Husserl sostiene que los actos objetivantes se caracterizan por su carácter posicional, es decir, que presuponen la existencia de aquello que mientan; en la correlación, esto se traduce en la creencia noética y en el carácter de ser del nóema, ambas se manifiestan como base original de las diversas modificaciones posibles. Esta base se constituye de; la certeza de creencia llamada protodoxa y el carácter de ser puro llamado proto-forma. De manera que hay un nivel de modalidades téticas y correlativamente modalidades de ser.
Por otra parte, de la distinción entre la protodoxa y su diferentes modalidades y las modificaciones noemáticas, se desprenden otro grupo de de modificaciones. En los parágrafos 103 en adelante, de Ideas I, Husserl menciona la afirmación o asentimiento y por otro lado la negación o el rechazo; desde la perspectiva de las nóesis, la negación se caracteriza por alterar el carácter afirmativo de la creencia, y le corresponde la función de tachar con un no las diferentes posiciones tomadas; es decir, vuelve el ser en no-ser, lo posible en imposible, etc. Añadido a esto, se suma la modificación de “neutralización” en el cual las posiciones afirmativas o negativas quedan suspendidas, sin inclinarse por ninguna de ellas. “Husserl señala que se trata de un “dejar indeciso” (Dahingestellen-sein-lassen), cuyo correlato noemático es el “tener como indeciso” (Dastehen-haben), tener como “meramente pensado.”[10] La neutralización es el carácter propio de la suspensión del juicio entramado en la actitud natural, el que se da en una operación noética neutralizante que revela el correlato noemático neutralizado por ella; vale decir, de la concepción de la trascendencia reducida. Nos encaminamos ahora a analizar brevemente, las maneras de darse noemáticas.
En efecto, así como se ha expuesto la estructura de sentido y los caracteres o determinaciones de ser noemáticas, en la cual se presentaron principalmente las expresiones objetivas de esta estructura, debemos adentrarnos concisamente en precisar las características subjetivas que aquí se presentan; en el objeto “en el cómo de sus maneras de darse”, pues estas modalidades de darse del objeto constituyen otro nivel en el análisis del nóema completo.
Las intuiciones pueden darse en la percepción, en el recuerdo, la imaginación, etc. De estas modalidades noéticas se desprende su correlativa modificación noemática, pues determinan grados de plenitud y de modos de presentación del objeto. Así también, se ordenan paralelamente a los modos téticos, y remiten todos a la forma originaria que es la percepción. La percepción en efecto, es fundamental en este momento, pues presenta el objeto de manera corporal “en carne y hueso” (leibhaftigkeit); es decir, con el carácter de plenitud intuitiva. La síntesis que se produce entre el sentido, que a su vez ha sido plenificado por la intuición en carne y hueso constituye el fundamento del carácter de ser.
Por otra parte, las modificaciones en los niveles atencionales determinan también una estructura especial, que a su vez, se combina con todas las otras modalidades de vivencia que hemos mencionado. Aquí juegan un papel elemental las operaciones atencionales del yo puro, en la medida que es él quien recorta e ilumina un objeto específico del fondo objetivo; se da una relación entre un “dirigirse a” y correlativamente, un “apartarse de”, determinando grados de actualidad e inactualidad de los objetos organizados en el trasfondo. Estas modificaciones de la atención, señala Husserl, no alteran el sentido del núcleo noemático, pero sí la vivencia. De aquí se desprende la noción de “núcleo atencional” y el sentido en la modalidad atencional. El rol de la atención es una condición fundamental para diversas nóesis, relacionadas al cumplimiento de diversas actividades, por ejemplo, el resolver problemas prácticos, deliberar una decisión, etc. Por ello, vemos que la atención no se  reduce a los actos fundantes, sino que se extienden también a los actos fundados.
La aprehensión es caracterizada así como una derivación de la captación, de modo análogo a como un recuerdo es una forma derivada de la percepción. Y en virtud de su importancia, Husserl reserva en Ideas I el término “acto” para designar las vivencias intencionales en el modo de la atención actual, esto es, de la conciencia explícita.[11]
Sumado a esto, es patente destacar que los diferentes grados atencionales son fundamentales para comprender un plano atendido y el trasfondo que ya mencionamos; es decir, desde la perspectiva de la nóesis, se corresponde con un objeto que ha sido tematizado de un modo específico y el trasfondo objetivo que se constituye como el horizonte de determinaciones externo; se da aquí un transitar de un estado a otro.
Podemos definir un yo “en vigilia” como un yo que, dentro de la corriente de sus vivencias, practica continuamente la conciencia en la forma específica del cogito; lo que no quiere decir, naturalmente, que dé, ni pueda dar a estas vivencias constantemente, o en general, una expresión predicativa. Hay también en efecto, sujetos-yos animales. Pero a la esencia de la corriente de las vivencias de un yo en vigilia es inherente, según lo arriba dicho, que la cadena de cogitationes que corre sin solución de continuidad esté constantemente rodeada de un medio de inactualidad siempre presto a pasar al modo de la actualidad, como, a la inversa, la actualidad a inactualidad. 
Por último, la atención también se complementa con los modos de orientación del sujeto. Sin embargo, en lo que respecta a Ideas I, el trato que hace Husserl respecto a esta condición es bastante breve. Husserl señala en efecto, que la proximidad del sujeto con el objeto respecto a las formas de intuición, como también las perspectivas que en ellas se dan, determinan modalidades en que el objeto se presenta al sujeto. De manera que correlativamente, se dan también modalidades noemáticas. En lo que respecta a la orientación, Husserl distingue las coordenadas del arriba, abajo, a los lados, cercanía y lejanía con el objeto. Surge una noción que será mayormente desarrollada en Ideas II que es la del “cuerpo propio” que es el eje o polo de orientación; Así, la orientación noética, determinada en este caso por el cuerpo propio, tiene por su parte una correlación noemática propia. Rabanaque concluye aquí que el ser espacial surge en una orientación específica, con lo que queda a la vez constituido un sistema de coordenadas que permite la posibilidad para nuevas orientaciones y su correlativo modo de aparición noemática.
Quedan con esto, expuestas a grandes rasgos las ideas que Husserl desarrolló en el período trascendental de su fenomenología. Fundamentalmente, ha sido considerada la correlación noético-noemática, la cual surge una vez practicada la reducción fenomenológica. Con ello, ha quedado ceñidamente establecida la relación fundamental que en ella hay con la percepción; principalmente, la idea de analizar la percepción y su objeto tal como se dan inmanentemente, sin los presupuestos peculiares de la actitud natural, para que de este modo, se pueda clarificar la íntima relación que hay entre el mundo y la conciencia de mundo. Concluimos con una cita de Roberto Walton:
Así, la actitud natural da por supuesto un mundo que sólo se puede tener y al que sólo se puede acceder por las operaciones de la subjetividad, es decir, encubre con un presupuesto ontológico la correlación entre el mundo y la conciencia de mundo. No advierte que todo objeto debe tener su manifestación y legitimación en la experiencia de la conciencia, y que, al margen de la correlación, no es posible una afirmación racional sobre objetos. […] Y como todos los sentidos, estos han debido tener también su génesis y por ende remiten al campo de la experiencia trascendental como ámbito de su origen, es decir, quedan referidos a la subjetividad o a la intersubjetividad trascendental que los ha constituido en el marco de una historia de los sentidos.[12]                 

 


  

         
                                                      
 
     

  





[1] Según la expresión de Luis Román Rabanaque.
[2] Rabanaque, L.R. Cuestiones en torno al nóema en: La fenomenología. Sus orígenes, desarrollo y situación actual. Buenos Aires: Universidad Católica Argentina, 2009, p. 40
[3] Husserl, E. Ideas relativas a una fenomenología pura y una filosofía fenomenológica. Trad. José Gaos. Madrid: FCE, 1993, §88, p. 213
[4] Rabanaque, L.R. Cuestiones en torno al nóema. Op., cit., p. 41
[5] Husserl, E. Ideas I, §89, p.216
[6] Ibíd., p.216
[7] Husserl, E. Investigaciones lógicas. Tomo II. Trad. Manuel G. Morente y José Gaos. Madrid: Alianza, 1997, P. 522
[8] Rabanaque, L.R. Cuestiones en torno al nóema., p, 45
[9] Citado por Rabanaque, op, cit., p. 48
[10] Ibíd., p, 50
[11] Rabanaque, L.R., op, cit., p, 55
[12] Walton, R. Husserl: Mundo, conciencia y temporalidad. Buenos Aires: Almagesto, 1993, p. 18

viernes, 27 de julio de 2012

La noción de verdad primera como principio fundamental de la filosofía en Edmund Husserl y Antonio González


Las siguientes líneas, abordan la idea siempre problemática, siempre debatible de “principio” en filosofía. Es paladino que este problema tiene múltiples aristas desde donde abordarlo. Por mi parte, me situaré en el análisis desarrollado por Antonio González en su libro Estructuras de la praxis,[1] que como dice el mismo autor, es un ensayo de filosofía primera. En efecto, la idea de González –guiada por un punto de vista fenomenológico- en esta obra es la de proponer como punto de partida para la reflexión filosófica, el análisis de los actos en cuanto actos; o dicho de otro modo, del carácter fundamental que poseen nuestros actos en el mundo, su verdad primera, con la cual sea posible desarrollar progresivamente una teoría capaz de guiar nuestra praxis, y con la cual poder vislumbrar una posible salida a los problemas teóricos y prácticos de nuestro tiempo. Este análisis, se muestra como un intento por encontrar un punto cero, si es posible decirlo así, desde el cual articular una teoría fundada en la naturaleza extralingüística de la verdad –y fugaz, hay que decirlo- de los actos, y por ende, en un lugar común desde donde poder dialogar intersubjetivamente e interculturalmente, saliendo de la circularidad hermenéutica en la que el debate y el diálogo contemporáneos se encuentran entrampados. La tarea que González se propone, en consecuencia, es la de (re)legitimar a la filosofía como la disciplina humana capaz de orientar la actividad de los hombre en el mundo, en tanto que se comprende como una disciplina libre y accesible para todos.

Hemos señalado la condición fenomenológica del análisis de nuestro autor; comprendemos por ello que su trabajo entra en diálogo, y ulteriormente, en discrepancias con la visión tradicional que en filosofía se ha fijado por “punto de partida”. De ello entonces, se desprende que el trabajo parta haciendo una crítica a la fenomenología, primero de su fundador, Edmund Husserl, y también a la fenomenología del filósofo español Xavier Zubiri. El punto en que se cruzan estas críticas, se halla en el supuesto giro idealista del segundo Husserl, y en el  llamado realismo trascendental de la filosofía de Zubiri. La propuesta de González, como hemos dicho, se enfoca en la inmanencia del acto, en su verdad accesible universalmente, y por ello, busca independizarse de los (pre)supuestos que fundamentan las diversas teorías relativas al principio desde donde se inicia el pensar filosófico. Este trabajo por mi parte, se enfoca particularmente en la crítica de González a Husserl.[2]  
  
Me he propuesto pues, dividir el trabajo en dos partes: la primera de ellas expone brevemente el punto de vista de Husserl en su fenomenología: la distinción entre la actitud natural y la actitud filosófica, el análisis de los actos y su tránsito al llamado idealismo trascendental. En la segunda parte, me propongo extraer la peculiar idea ya mencionada de González sobre el análisis específico de los actos, junto a los puntos de vista en que se separa de los corolarios idealistas y realistas del análisis trascendental de Husserl.      





Husserl: trascendencia en la inmanencia

“La fenomenología -de Husserl- se propone encontrar una verdad primera absolutamente justificada mediante un proceso que Husserl caracteriza en ocasiones, como el paso de la actitud natural a la actitud filosófica.”[3] Esto es, la noción de una verdad primera fundamental para el pensar filosófico, y que por ende, asegura el recto camino a seguir para acceder al verdadero conocimiento de la realidad. Con esto, como hemos mencionado en la cita, damos cuenta de un cambio de actitud en quien se propone llevar a cabo la tarea filosófica, cambio en el cual quedarían suspendidos todos los puntos de vista meramente subjetivos, oscuros y confusos; la doxa de la cual únicamente saldrían verdades pasajeras y arbitrarias. Por otra parte, suspendidas quedarían también las verdades de las ciencias particulares y las doctrinas filosóficas que se fundamentan en la actitud natural, y que por ello, no se encuentran debidamente bien justificadas. Estas verdades para Husserl, son insuficientes para fundar un conocimiento evidentemente indubitable y apodíctico, conocimiento primero que despejaría el camino para ver con la mayor claridad, las estructuras que constituyen el mundo y a nosotros en él. Debemos comprender entonces, en qué consiste la verdad primera en que se asienta la fenomenología husserliana.

De acuerdo a lo dicho, la meta que busca alcanzar la fenomenología es la de configurarse como una ciencia estricta; ciencia de los fundamentos en la cual se sostienen las teorías científicas particulares. En realidad, esto no es nada nuevo, pues sabemos que esa es la misma meta que se proponen los filósofos modernos anteriores al filósofo moravo; entonces ¿en qué se distingue Husserl de sus antecesores?, ¿en qué consiste la fundamentación que él propone? Dijimos que este punto de partida radica en el tránsito de la actitud natural a la actitud filosófica. La actitud natural corresponde a nuestro modo de ser en la cotidianidad espontánea de nuestra vida. Se sustenta en la creencia de la existencia del mundo y de las cosas existentes en él; dicho de otra forma, es el modo de posicionarse intramundanamente de manera descomprometida, en que nuestra vida y acciones conscientes se vuelcan sobre las cosas y los asuntos individuales o intersubjetivos inmediatos de la vida cotidiana: “Este mundo está persistentemente para mí “ahí delante”, yo mismo soy miembro de él, pero no está para mí ahí como un mero mundo de cosas, sino, en la misma forma inmediata, como un mundo de valores y de bienes, un mundo práctico.[4] Y precisamente en esta actitud, señala Husserl, que las ciencias han construido las bases de sus teorías. Las ciencias, según Husserl, se han constituido como tales, sin llevar a cabo una previa teoría que dé cuenta de las bases en las que se sostienen, de las condiciones de posibilidad necesarias para llegar a ser legítimamente ciencias estrictas. En efecto, la crítica que lleva a cabo en los prolegómenos a la lógica pura en el primer tomo de las Investigaciones lógicas contra el psicologismo, va encaminada no sólo a mostrar las insuficiencias de esta corriente y la de los formalistas lógicos, sino que también desarrollará una aguda crítica a la relatividad en la que los enunciados de las ciencias se encuentran proclives, pues han insistido en fundar sus teorías sobre hechos, que según Husserl, son siempre relativos y contingentes: “Los hechos son “contingentes”; podían muy bien ser; podían ser de otro modo. Por lo tanto, a otros hechos, otras leyes lógicas, las cuales a su vez serían contingentes, serían relativas a los hechos que le sirven de base.”[5] Ahora bien, la pregunta que surge es: ¿hacia dónde tiene que apuntar la fenomenología para establecerse como ciencia rigurosa y apodíctica? Ciertamente, no hacia el mundo y sus objetos comprendidos como cosas exteriores al sujeto o a la conciencia cognoscente. En esa dirección, el saber que se adquiere es un saber sólo de carácter empírico, por ende, inseguro y relativo. La crítica fundamental que hará Husserl a las ciencias en sus Investigaciones lógicas y que profundizará en Ideas I, va dirigida a su naturalismo exacerbado, a la pretensión objetivista –y psicologista- de conocer las cosas tal como se dan en la experiencia, sin tomar en cuenta el lazo que se establece entre el sujeto -fuente de certeza y de sentido- que analiza y su objeto. De ahí se desprende la frase célebre de Husserl “volver a las cosas mismas”, vuelta a las cosas pero no en el sentido del naturalismo objetivista:

El término cosa (el retorno a las cosas mismas) remite en alemán a Sache y no a Ding. Mientras que Ding corresponde a la cosa física, Sache designa el problema, la cuestión, la apuesta de un pensamiento. Volver a las cosas mismas, es rechazar los argumentos doctrinales y los sistemas auto-coherentes en provecho de las interrogaciones nativas que suscita el mundo alrededor de nosotros y del que se nutre nuestra reflexión viva. Lo que busca Husserl, como ya hemos visto, es develar el sentido de los objetos que se donan a la conciencia.[6]

Así pues, la auto-experimentación del espíritu debe encaminarse hacia la “vivencia de la conciencia”. Descartes en su filosofía, ya había mostrado esto mediante el planteamiento del cogito, y la vivencia de la evidencia de las verdades pensadas “clara y distintamente”. La conciencia en este caso, está estructurada de tal manera que su vivencia, con la cual coincide, se vuelve totalmente accesible y por ello, cognoscible con evidencia y certeza. La conciencia por una parte, es, y por otra, aparece, de manera casi simultánea, constituyendo la esfera de análisis propia de la fenomenología. Es en el fenómeno –el cual Husserl en Investigaciones lógicas llamará acto- ser y aparecer coinciden; la conciencia por su parte posee la capacidad de captar reflexivamente, los fenómenos que constituyen su vivencia, volviéndolos la materia prima con la cual elaborar el saber teórico. Visto a grosso modo, la conciencia fenomenológica es como un espejo en el cual los fenómenos se reflejan, expresan y conceptualizan. La fenomenología comprende el saber tanto discursivo como teórico que resulta de todo ello. El retorno a las cosas mismas entonces, no significa en absoluto una reivindicación realista o positivista del conocer; lo único dado a la conciencia es el fenómeno, es decir, su vivencia. El proyecto de Husserl, entonces, irá en búsqueda de desarrollar un método que le permita analizar las estructuras fundamentales de la conciencia y sus vivencias. Veamos entonces, a grandes rasgos, cómo se articulan estas ideas y el giro idealista que a Husserl se le atribuye.[7]

En la actitud natural, dijimos, la conciencia se vuelca sobre los objetos intencionalmente, vale decir, de modo deseado, amado u odiado, enjuiciado, en las variantes intuitivas de percepción, recuerdo, imaginación, etc. En el tránsito de esta actitud al la actitud filosófica la mirada se vuelca ahora no sobre los objetos, sino que sobre los actos mismos en que estos son intencionados. El carácter de verdad primera, se sostiene en la distinción entre los contenidos de los actos, pletorizados de prejuicios, de concepciones subjetivas o culturales, provenientes de la religión, la condición económica, política, etc. No obstante, Husserl se da cuenta que los actos poseen una verdad en sí mismos –si podemos decirlo así- independientemente de las verdades que hemos señalado; esto, permite analizarlos sin la mediación de otra ciencia, ideología, etc. El análisis inmanente de los actos del primer Husserl, apunta a la verdad de los actos mismos; los objetos vistos de manera independiente de los actos pueden ser muy diferentes a como son vistos en los actos. Con ello, Husserl busca volver a las cosas mismas pero no como cosas independientes al acto en que son intencionados sino como correlativas a este.

Ahora bien, es preciso señalar las maneras en que Husserl entiende la inmanencia. Ello se ve en el trabajo con que llega a completar, y por ello, a salir del modo tradicional –moderno- en que se comprendía este concepto. Efectivamente, como inmanentes se comprenden todos los actos representacionales, imaginativos, perceptivos, volitivos, etc., mientras que el ámbito opuesto sería lo de lo trascendente, vale decir, la región de lo real, de los objetos independizados de nuestros actos. Pero esta manera de comprender lo inmanente es insuficiente en el análisis husserliano. Pues, los objetos no son referidos como realidades en sí mismas, sino tal como estos aparecen en los actos. Esta es la inclusión de lo que mencionamos más arriba como intencionalidad. Pero es a partir de 1910 que Husserl introduce una nueva forma de entender la inmanencia.

Husserl observa que, a la hora de estudiar cualquier acto perceptivo, tengo que admitir que éste solamente resulta posible en virtud de una cierta retención, la cual me permite percibir el fenómeno, no como un simple caos de datos sensibles siempre variables, sino como una unidad permanentemente dotada de sentido. Para Husserl, esto significa entonces que nuestros actos perceptivos conllevan ciertas instancias que, aunque no se hallan explícitamente presentes en cada acto, están sin embargo implicadas en los mismos. Y estas instancias interesan especialmente a la fenomenología, precisamente porque ellas son las que nos pueden aclarar la constitución de los fenómenos como unidades de sentido.[8]

Podemos decir aquí, que desde la introducción de la noción de sentido en el trabajo de Husserl, comienza paulatinamente a reflejarse un cambio radical en el rumbo que el filósofo ha seguido hasta ahora; cambio que se traducirá en la publicación de 1913 Ideas I. Admitiendo aquello que se da en los actos, lo que se puede dar, y lo que está implicado en ellos, Husserl hablara de una “trascendencia en la inmanencia”. Y como hemos dicho, al introducir estos elementos no tomados en cuenta en un primer momento, se perfila la obra de Husserl hacia el idealismo trascendental. Desde este momento, entra en juego la idea del “yo puro” que al comienzo fue esquivada por Husserl ante los neokantianos (Natorp); a partir de la publicación de Ideas, esa concepción de un yo que constituye los fenómenos es un hecho ya consolidado. “En nuestros actos –señala González- estaría siempre implícita una subjetividad pura, la cual unificaría todos los datos presentes en nuestros actos, constituyendo el fenómeno según algún tipo de regla interna que rige tal unificación.”[9]

Lo que mencionamos como una “trascendencia en la inmanencia” sería precisamente esta conciencia dadora o donadora de sentido que ordena y perfila los fenómenos.

Pues bien, el camino que Husserl tomó desde los primeros estudios de la inmanencia de los actos, decanta en un “idealismo trascendental”, en la medida que busca determinar las condiciones de posibilidad de los fenómenos dados a la conciencia constituyente donadora de sentido. Vemos entonces que la actitud filosófica comprende el situarse en el campo de esta conciencia fenomenológica pura; la verdad primera de la fenomenología husserliana radica en la práctica de la epoché fenomenológica y las reducciones que le siguen, con el fin de poder acceder al campo eidético [acceso a la correlación noético-noemática] de las esencias universales y poder desde ahí describirlas.

Este “giro trascendental” de la fenomenología, fue blanco de críticas e incomprensiones de parte del círculo de alumnos y colegas. Muchos de ellos tomaron otros rumbos e intentaron perfilar la fenomenología del maestro desde sus propios puntos de vista (Scheler, Heidegger, Jaspers, por ejemplo). Lo que González destaca de todo esto, es la pregunta que surge a partir de estos cambios, relativos a la fidelidad que el fundador de la fenomenología tuvo con sus empresa originaria, a saber, el “apegarse a las cosas mismas”. Vemos que al introducir la idea del  “ego trascendental” o “yo puro” en la inmanencia de los actos, Husserl está introduciendo un presupuesto, que por mucho que se muestre como un yo intersubjetivo y necesario, hace pender el análisis de una condición de posibilidad que trasciende los actos mismos. El proyecto originario de Husserl de una verdad primera apegada en la facticidad de los actos queda, en palabras de González, desvirtuada: “La verdadera fidelidad al proyecto inicial de la fenomenología hubiera consistido en permanecer aferrados a la facticidad de nuestros actos, sin desertar del devenir, pues justamente en el devenir es donde hemos encontrado las verdades absolutas primeras.”[10]

Husserl por su parte, siempre creyó que la fenomenología habría de servir y llevar a la humanidad en crisis a la plenitud y libertad, de este modo se inscribe como un proyecto de filosofía primera que busca orientar la praxis de la humanidad. La única salida a esta crisis sería la  de volver a arraigar la ciencia al mundo de la vida, traerla de regreso al suelo desde donde originariamente partió, pues este mundo es el mundo del sujeto consciente de sí, de su realidad histórica, finita e intersubjetiva. No obstante este regreso al mundo de la vida debe resguardar su deseo de una ciencia racional y universal, pues a los ojos del pensador, el historicismo  y relativismo de las diversas “concepciones del mundo” no son más que un aspecto del subjetivismo y por ende, de la pérdida de sentido de las ciencias. A grandes rasgos, el proyecto de construir una ciencia racional con alcance apodíctico y universal, la cual surge y se despliega desde Grecia hasta la modernidad, no comprende un proyecto cualquiera y el deseo de una cultura en particular y contingente. Para Husserl, es en la cultura europea donde la Razón y el Espíritu se han expresado con mayor fuerza; es en ella donde este deseo hacia la universalidad está plenamente fundado. Trabajar en pos del desarrollo de la razón universal y plenamente consciente de sí, es hacer resurgir y actualizar la esencia del hombre, del zoon logon ekhon que Aristóteles definió, pero cuya esencia no está aún plenamente desarrollada. La Fenomenología y el fenomenólogo en sí, se sienten llamados a realizar este trabajo, la ciencia universal y apodíctica, la cual no presupone nada que escape a su propio progreso; por ello debe auto fundarse y a través de ella, las demás ciencias positivas y experimentales (re)encontrarán su fundamento y sentido. Husserl dirá: “En efecto, somos precisamente los que somos en tanto funcionarios de la humanidad filosófica moderna, en tanto herederos y coportadores de la dirección que la atraviesa por entero (…) a partir de la fundación original griega.”[11] Veamos ahora, el proyecto reiniciado por Antonio González de una filosofía primera. Tomaremos el ámbito de los actos para contrastarlo con el pensamiento del filósofo alemán.



González: Verdad primera del acto, retracción y fugacidad

Hemos señalado, unas líneas más arriba, que la crítica que González desarrolla en su obra va dirigida al idealismo trascendental en el cual desemboca la fenomenología de Husserl, luego de incluir en su teoría la noción de una conciencia donadora de sentido. El proyecto de González por su parte, intentará partir desde el origen que habría abandonado el filósofo moravo: el acto, en cuanto acto. En efecto, el punto de partida, el “principio” del pensar filosófico para González radica en la gran variedad de actos humanos y en su análisis.

Una filosofía, si quiere ser filosofía primera, debe prescindir de todo aquello que los trascienda, no debe privilegiar ningún acto sobre otro ni debe admitir los actos de ninguna otra realidad, sea esta una sustancia, un sujeto, un yo puro, una conciencia donadora, etc. De ahora en adelante, el acto debe desprenderse de todo presupuesto metafísico que se esconda detrás de los actos mismos; sea un presupuesto de índole aristotélico, subjetivista, idealista, materialista, etc. De lo que se trata ahora el análisis es de volcarse en la inmediatez del acto. Lo peculiar de estos actos es que en ellos los objetos, o también personas, se dan como algo otro respecto a ellos, y los contenidos que son percibidos son dados en nuestras impresiones también como algo otro respecto a los actos. Según González, tomando en cuenta este elemento de alteridad de las cosas actualizadas en los actos, es posible comprender los actos como actos  no como cosas, según lo habría pensado así Hume, por ejemplo. El análisis, por ello, no debe apartarse hacia las cosas actualizadas en los actos, sino más bien, en el acto mismo de actualización de ellas.

Tenemos que comprender además, que esta modalidad de análisis no resulta ser un modo de reflexión, pues la reflexión implica a un sujeto que se vuelca sobre sí mismo –en términos modernos- y el nivel de análisis de González no arranca de ningún sujeto que ejecute los actos, y que por ello los trascienda. Esto no  implica tampoco que se parta desde la “actitud natural” que definimos con Husserl, ya que en esta actitud, los actos son rebasados por una multiplicidad de presupuestos personales sobre las cosas y uno mismo.

Para proceder como filósofos, tenemos que prescindir de todas las afirmaciones sobre las cosas, sobre los demás y sobre nosotros mismos, para considerarlas simplemente como actos, situados por tanto en el mismo nivel de los demás actos que integran nuestra praxis. Por ello, más que una reflexión, se trata de una “retracción”, desde todo lo que presuponemos sobre lo que trasciende a nuestros actos hacia los actos mismos en los que formulamos esas presuposiciones. La retracción hacia la verdad primera e inmediata de los actos es, por ello, el primer paso de la filosofía para instalarse en su nivel propio de radicalidad.[12]

Obtenemos pues, un punto de partida en el cual el acto es considerado en toda su facticidad e inmediatez; la retracción nos proporciona un nivel de análisis en que no es necesario mirar el acto de modo reflexivo, en tanto acto ejecutado por un sujeto; por ello tampoco no existe el peligro de la caída en el escollo del solipsismo, pues el análisis de los actos es accesible para todos. Por otra parte, señala González, la retracción no es equivalente a la reducción fenomenológica de Husserl, pues en ella no se busca un tránsito hacia la subjetividad trascendental, tampoco en ella se suspende o niega la realidad del mundo. Lo único que se busca en la retracción es distinguir entre la verdad de los actos y la verdad que los trasciende. No obstante: “Nuestro punto de partida no es un axioma destinado a fundamentar todos los saberes, sino solamente la verdad primera de nuestros actos en su distinción respecto de toda verdad ulterior. La filosofía primera no consiste en una fundamentación última y axiomática de los saberes.”[13]

Ya que hemos despejado junto a González los principales presupuestos que trascienden nuestros actos, vemos que tras la retracción no obtenemos tampoco una especie de residuo fenomenológico, sino únicamente la radicalidad de los actos que ejercemos. “Los actos tienen entonces un significado “neutral”, del que hay que excluir cualquier idea de una activación por algo o por alguien, y también todas las construcciones metafísicas que la historia del pensamiento ha elaborado en torno a ellos.”[14]

Se nos presenta ahora un problema, el análisis de los actos que quiere desarrollar González, los muestra como un “torrente” de actualizaciones que aparentemente no alcanzan un orden determinado ni coherencia alguna. La multiplicidad de actos parece develar una cierta problemática para poder constituirse como verdad primera. Este torrente es similar –dice González- al río de Heráclito, pues en él es imposible retener completamente la inmanencia actualizada del acto; los actos en la medida que queremos analizarlos, se encuentran anclados en el devenir. La filosofía primera en este sentido, está obligada a admitir este factor en el método analítico; en la medida que tomamos un acto determinado y pretendemos fijarlo en el tiempo, estamos haciendo lo mismo que hacemos al dar cuenta de un acto de escritura –por ejemplo- y al mismo tiempo estamos escribiendo. El acto en sí mismo presenta una verdad incuestionable, pero es una verdad fugaz que no se deja fijar indeterminadamente. Sin embargo, ello no merma el análisis:

Todo esto significa que cualquier análisis de nuestros actos nunca tendrá la verdad primera de los actos mismos. Es esencial distinguir entre la verdad primera de los actos y las <<verdades segundas>> de las actualizaciones de estos actos en nuevos actos de rememoración o de análisis. La verdad primera, como ya vimos al hablar de los presupuestos en el capítulo anterior, solamente permite un proceso asintótico de aproximación, pero nunca una posesión plena y definitiva. Justamente por eso, el filósofo es amante de la sabiduría, pero no poseedor de ella.[15]

El análisis de los actos de la filosofía primera se encuentra reconciliado con el devenir de estos. En la medida que la rememoración permite traer de vuelta un acto del pasado, es verdad que éste acto no vuelve en su integridad primigenia, pero la filosofía primera se vuelve un perpetuo aproximarse a ellos. Esta incapacidad de dar completamente con la verdad de los actos, permite, por otra parte, el diálogo entre distintos investigadores, pues comprendemos que el análisis se encuentra mediado por el lenguaje y por los rasgos psicológicos del investigador. De ello se desprende la distinción radical entre el ámbito del análisis y la teoría.

Mientras que el análisis se quiere circunscribir a nuestros actos sin trascenderlos, la teoría pretende ir más allá de los mismos para explicarlos. Se trata de una diferencia que, aunque puede tener muchos paralelos con otras que aparecen en la historia de la filosofía, se deriva de la índole misma de aquello que queremos investigar: la verdad primera de nuestros actos.[16]

De esta distinción entre los ámbitos del análisis y la teoría, surge otra diferencia fundamental; el grado de evidencia del análisis del acto es resueltamente mayor que el de la teoría. Si el análisis, en efecto, se mueve en la verdad primera del acto, la teoría por su parte, al querer explicarlos, se fundamenta en presupuestos que trascienden el ámbito de los actos nuevamente; la evidencia que se expone en el análisis pende de un sistema conceptual específico. De esta manera, la evidencia no agota el análisis, pues el sistema conceptual está siempre abierto a nuevas revisiones y por ende, a nuevas formas conceptuales más eficaces o más aptas para articular el complejo analítico de los actos. Así se revela el carácter libre y accesible universalmente de la filosofía primera de González, filosofía que ha conseguido partir independizada de todo presupuesto que trascienda los límites de los actos mismos; con ello, además, parece retomarse nuevamente la senda marcada por Husserl, el remitirse únicamente a las cosas mismas. El trabajo de González por supuesto no acaba aquí, nosotros por nuestra parte, fijamos nuestra exposición en el ámbito de la presentación de la idea de principio, de punto de partida de la reflexión filosófica, tarea pues que no está exenta de puntos divergentes o escépticos, incluso cínicos. No obstante la filosofía primera sigue su curso, pues:

Como quiera que sea, la dilucidación de estas dudas no pueden venir de discusiones de escuela, sino del estudio y descripción rigurosa de lo inmediatamente dado en diálogo con todos los que en la historia de la filosofía han arribado a esta esfera de radicalidad. Si es cierto que cualquier pequeño matiz en el punto de partida se convierte después en posiciones divergentes y hasta incompatibles, bueno será permanecer en el laberinto y en la aparente esterilidad e infructuosidad del análisis de lo inmediatamente dado, de la determinación de una verdad primera, cargando con todas nuestras dudas y temores sin precipitación alguna por salir del laberinto, porque quizás sólo así, con paciencia y calma, sin dejarnos engañar por las vías aparentemente rápidas y expeditas, encontremos el camino de la verdad.[17]  



[1] González, A. Estructuras de la praxis: Ensayo de una filosofía primera. Madrid: Ed. Trotta, 1997 
[2] Personalmente no me considero competente para abordar adecuada y respetuosamente la obra de Zubiri y la crítica de González a su filosofía.
[3] González, A. Estructuras de la praxis., p. 31
[4] Husserl, E. Ideas relativas a una fenomenología pura y una filosofía fenomenológica. Trad. José Gaos. Madrid: FCE, 1993. § 27, p. 66
[5] Husserl, E. Investigaciones lógicas. Vol. 1. Trad. Manuel García Morente, José Gaos. Madrid: Alianza, 1985. §37, p.117
[6] Este fragmento lo extraje de un vocabulario de fenomenología elaborado por el profesor Patricio Mena, para los alumnos del seminario: Ricoeur: “El animal hermenéutico”, realizado el segundo semestre del año 2010 en la universidad Alberto Hurtado.
[7] Seguiremos el mismo hilo conductor que González despliega en su trabajo para tratar los puntos específicos en que se encuentra con Husserl y los puntos en que discrepa con él. 
[8] González, A. Estructuras de la praxis., p. 33
[9] Ibíd., p. 34
[10] Ibíd., p. 36
[11] Husserl, E. La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental. Barcelona: Crítica, 1991.
[12] González, A. Estructuras de la praxis., p. 47
[13] Ibíd., p, 49
[14] Ibíd., p, 51
[15] Ibíd., p, 75
[16] Ibíd., p, 77
[17] Corominas, J. La verdad primera: En torno a la filosofía primera de A. González. Texto encontrado en:  http://www.uca.edu.sv/revistarealidad/archivo/4dd3faa64a30alaverdad.pdf