viernes, 27 de julio de 2012

La noción de verdad primera como principio fundamental de la filosofía en Edmund Husserl y Antonio González


Las siguientes líneas, abordan la idea siempre problemática, siempre debatible de “principio” en filosofía. Es paladino que este problema tiene múltiples aristas desde donde abordarlo. Por mi parte, me situaré en el análisis desarrollado por Antonio González en su libro Estructuras de la praxis,[1] que como dice el mismo autor, es un ensayo de filosofía primera. En efecto, la idea de González –guiada por un punto de vista fenomenológico- en esta obra es la de proponer como punto de partida para la reflexión filosófica, el análisis de los actos en cuanto actos; o dicho de otro modo, del carácter fundamental que poseen nuestros actos en el mundo, su verdad primera, con la cual sea posible desarrollar progresivamente una teoría capaz de guiar nuestra praxis, y con la cual poder vislumbrar una posible salida a los problemas teóricos y prácticos de nuestro tiempo. Este análisis, se muestra como un intento por encontrar un punto cero, si es posible decirlo así, desde el cual articular una teoría fundada en la naturaleza extralingüística de la verdad –y fugaz, hay que decirlo- de los actos, y por ende, en un lugar común desde donde poder dialogar intersubjetivamente e interculturalmente, saliendo de la circularidad hermenéutica en la que el debate y el diálogo contemporáneos se encuentran entrampados. La tarea que González se propone, en consecuencia, es la de (re)legitimar a la filosofía como la disciplina humana capaz de orientar la actividad de los hombre en el mundo, en tanto que se comprende como una disciplina libre y accesible para todos.

Hemos señalado la condición fenomenológica del análisis de nuestro autor; comprendemos por ello que su trabajo entra en diálogo, y ulteriormente, en discrepancias con la visión tradicional que en filosofía se ha fijado por “punto de partida”. De ello entonces, se desprende que el trabajo parta haciendo una crítica a la fenomenología, primero de su fundador, Edmund Husserl, y también a la fenomenología del filósofo español Xavier Zubiri. El punto en que se cruzan estas críticas, se halla en el supuesto giro idealista del segundo Husserl, y en el  llamado realismo trascendental de la filosofía de Zubiri. La propuesta de González, como hemos dicho, se enfoca en la inmanencia del acto, en su verdad accesible universalmente, y por ello, busca independizarse de los (pre)supuestos que fundamentan las diversas teorías relativas al principio desde donde se inicia el pensar filosófico. Este trabajo por mi parte, se enfoca particularmente en la crítica de González a Husserl.[2]  
  
Me he propuesto pues, dividir el trabajo en dos partes: la primera de ellas expone brevemente el punto de vista de Husserl en su fenomenología: la distinción entre la actitud natural y la actitud filosófica, el análisis de los actos y su tránsito al llamado idealismo trascendental. En la segunda parte, me propongo extraer la peculiar idea ya mencionada de González sobre el análisis específico de los actos, junto a los puntos de vista en que se separa de los corolarios idealistas y realistas del análisis trascendental de Husserl.      





Husserl: trascendencia en la inmanencia

“La fenomenología -de Husserl- se propone encontrar una verdad primera absolutamente justificada mediante un proceso que Husserl caracteriza en ocasiones, como el paso de la actitud natural a la actitud filosófica.”[3] Esto es, la noción de una verdad primera fundamental para el pensar filosófico, y que por ende, asegura el recto camino a seguir para acceder al verdadero conocimiento de la realidad. Con esto, como hemos mencionado en la cita, damos cuenta de un cambio de actitud en quien se propone llevar a cabo la tarea filosófica, cambio en el cual quedarían suspendidos todos los puntos de vista meramente subjetivos, oscuros y confusos; la doxa de la cual únicamente saldrían verdades pasajeras y arbitrarias. Por otra parte, suspendidas quedarían también las verdades de las ciencias particulares y las doctrinas filosóficas que se fundamentan en la actitud natural, y que por ello, no se encuentran debidamente bien justificadas. Estas verdades para Husserl, son insuficientes para fundar un conocimiento evidentemente indubitable y apodíctico, conocimiento primero que despejaría el camino para ver con la mayor claridad, las estructuras que constituyen el mundo y a nosotros en él. Debemos comprender entonces, en qué consiste la verdad primera en que se asienta la fenomenología husserliana.

De acuerdo a lo dicho, la meta que busca alcanzar la fenomenología es la de configurarse como una ciencia estricta; ciencia de los fundamentos en la cual se sostienen las teorías científicas particulares. En realidad, esto no es nada nuevo, pues sabemos que esa es la misma meta que se proponen los filósofos modernos anteriores al filósofo moravo; entonces ¿en qué se distingue Husserl de sus antecesores?, ¿en qué consiste la fundamentación que él propone? Dijimos que este punto de partida radica en el tránsito de la actitud natural a la actitud filosófica. La actitud natural corresponde a nuestro modo de ser en la cotidianidad espontánea de nuestra vida. Se sustenta en la creencia de la existencia del mundo y de las cosas existentes en él; dicho de otra forma, es el modo de posicionarse intramundanamente de manera descomprometida, en que nuestra vida y acciones conscientes se vuelcan sobre las cosas y los asuntos individuales o intersubjetivos inmediatos de la vida cotidiana: “Este mundo está persistentemente para mí “ahí delante”, yo mismo soy miembro de él, pero no está para mí ahí como un mero mundo de cosas, sino, en la misma forma inmediata, como un mundo de valores y de bienes, un mundo práctico.[4] Y precisamente en esta actitud, señala Husserl, que las ciencias han construido las bases de sus teorías. Las ciencias, según Husserl, se han constituido como tales, sin llevar a cabo una previa teoría que dé cuenta de las bases en las que se sostienen, de las condiciones de posibilidad necesarias para llegar a ser legítimamente ciencias estrictas. En efecto, la crítica que lleva a cabo en los prolegómenos a la lógica pura en el primer tomo de las Investigaciones lógicas contra el psicologismo, va encaminada no sólo a mostrar las insuficiencias de esta corriente y la de los formalistas lógicos, sino que también desarrollará una aguda crítica a la relatividad en la que los enunciados de las ciencias se encuentran proclives, pues han insistido en fundar sus teorías sobre hechos, que según Husserl, son siempre relativos y contingentes: “Los hechos son “contingentes”; podían muy bien ser; podían ser de otro modo. Por lo tanto, a otros hechos, otras leyes lógicas, las cuales a su vez serían contingentes, serían relativas a los hechos que le sirven de base.”[5] Ahora bien, la pregunta que surge es: ¿hacia dónde tiene que apuntar la fenomenología para establecerse como ciencia rigurosa y apodíctica? Ciertamente, no hacia el mundo y sus objetos comprendidos como cosas exteriores al sujeto o a la conciencia cognoscente. En esa dirección, el saber que se adquiere es un saber sólo de carácter empírico, por ende, inseguro y relativo. La crítica fundamental que hará Husserl a las ciencias en sus Investigaciones lógicas y que profundizará en Ideas I, va dirigida a su naturalismo exacerbado, a la pretensión objetivista –y psicologista- de conocer las cosas tal como se dan en la experiencia, sin tomar en cuenta el lazo que se establece entre el sujeto -fuente de certeza y de sentido- que analiza y su objeto. De ahí se desprende la frase célebre de Husserl “volver a las cosas mismas”, vuelta a las cosas pero no en el sentido del naturalismo objetivista:

El término cosa (el retorno a las cosas mismas) remite en alemán a Sache y no a Ding. Mientras que Ding corresponde a la cosa física, Sache designa el problema, la cuestión, la apuesta de un pensamiento. Volver a las cosas mismas, es rechazar los argumentos doctrinales y los sistemas auto-coherentes en provecho de las interrogaciones nativas que suscita el mundo alrededor de nosotros y del que se nutre nuestra reflexión viva. Lo que busca Husserl, como ya hemos visto, es develar el sentido de los objetos que se donan a la conciencia.[6]

Así pues, la auto-experimentación del espíritu debe encaminarse hacia la “vivencia de la conciencia”. Descartes en su filosofía, ya había mostrado esto mediante el planteamiento del cogito, y la vivencia de la evidencia de las verdades pensadas “clara y distintamente”. La conciencia en este caso, está estructurada de tal manera que su vivencia, con la cual coincide, se vuelve totalmente accesible y por ello, cognoscible con evidencia y certeza. La conciencia por una parte, es, y por otra, aparece, de manera casi simultánea, constituyendo la esfera de análisis propia de la fenomenología. Es en el fenómeno –el cual Husserl en Investigaciones lógicas llamará acto- ser y aparecer coinciden; la conciencia por su parte posee la capacidad de captar reflexivamente, los fenómenos que constituyen su vivencia, volviéndolos la materia prima con la cual elaborar el saber teórico. Visto a grosso modo, la conciencia fenomenológica es como un espejo en el cual los fenómenos se reflejan, expresan y conceptualizan. La fenomenología comprende el saber tanto discursivo como teórico que resulta de todo ello. El retorno a las cosas mismas entonces, no significa en absoluto una reivindicación realista o positivista del conocer; lo único dado a la conciencia es el fenómeno, es decir, su vivencia. El proyecto de Husserl, entonces, irá en búsqueda de desarrollar un método que le permita analizar las estructuras fundamentales de la conciencia y sus vivencias. Veamos entonces, a grandes rasgos, cómo se articulan estas ideas y el giro idealista que a Husserl se le atribuye.[7]

En la actitud natural, dijimos, la conciencia se vuelca sobre los objetos intencionalmente, vale decir, de modo deseado, amado u odiado, enjuiciado, en las variantes intuitivas de percepción, recuerdo, imaginación, etc. En el tránsito de esta actitud al la actitud filosófica la mirada se vuelca ahora no sobre los objetos, sino que sobre los actos mismos en que estos son intencionados. El carácter de verdad primera, se sostiene en la distinción entre los contenidos de los actos, pletorizados de prejuicios, de concepciones subjetivas o culturales, provenientes de la religión, la condición económica, política, etc. No obstante, Husserl se da cuenta que los actos poseen una verdad en sí mismos –si podemos decirlo así- independientemente de las verdades que hemos señalado; esto, permite analizarlos sin la mediación de otra ciencia, ideología, etc. El análisis inmanente de los actos del primer Husserl, apunta a la verdad de los actos mismos; los objetos vistos de manera independiente de los actos pueden ser muy diferentes a como son vistos en los actos. Con ello, Husserl busca volver a las cosas mismas pero no como cosas independientes al acto en que son intencionados sino como correlativas a este.

Ahora bien, es preciso señalar las maneras en que Husserl entiende la inmanencia. Ello se ve en el trabajo con que llega a completar, y por ello, a salir del modo tradicional –moderno- en que se comprendía este concepto. Efectivamente, como inmanentes se comprenden todos los actos representacionales, imaginativos, perceptivos, volitivos, etc., mientras que el ámbito opuesto sería lo de lo trascendente, vale decir, la región de lo real, de los objetos independizados de nuestros actos. Pero esta manera de comprender lo inmanente es insuficiente en el análisis husserliano. Pues, los objetos no son referidos como realidades en sí mismas, sino tal como estos aparecen en los actos. Esta es la inclusión de lo que mencionamos más arriba como intencionalidad. Pero es a partir de 1910 que Husserl introduce una nueva forma de entender la inmanencia.

Husserl observa que, a la hora de estudiar cualquier acto perceptivo, tengo que admitir que éste solamente resulta posible en virtud de una cierta retención, la cual me permite percibir el fenómeno, no como un simple caos de datos sensibles siempre variables, sino como una unidad permanentemente dotada de sentido. Para Husserl, esto significa entonces que nuestros actos perceptivos conllevan ciertas instancias que, aunque no se hallan explícitamente presentes en cada acto, están sin embargo implicadas en los mismos. Y estas instancias interesan especialmente a la fenomenología, precisamente porque ellas son las que nos pueden aclarar la constitución de los fenómenos como unidades de sentido.[8]

Podemos decir aquí, que desde la introducción de la noción de sentido en el trabajo de Husserl, comienza paulatinamente a reflejarse un cambio radical en el rumbo que el filósofo ha seguido hasta ahora; cambio que se traducirá en la publicación de 1913 Ideas I. Admitiendo aquello que se da en los actos, lo que se puede dar, y lo que está implicado en ellos, Husserl hablara de una “trascendencia en la inmanencia”. Y como hemos dicho, al introducir estos elementos no tomados en cuenta en un primer momento, se perfila la obra de Husserl hacia el idealismo trascendental. Desde este momento, entra en juego la idea del “yo puro” que al comienzo fue esquivada por Husserl ante los neokantianos (Natorp); a partir de la publicación de Ideas, esa concepción de un yo que constituye los fenómenos es un hecho ya consolidado. “En nuestros actos –señala González- estaría siempre implícita una subjetividad pura, la cual unificaría todos los datos presentes en nuestros actos, constituyendo el fenómeno según algún tipo de regla interna que rige tal unificación.”[9]

Lo que mencionamos como una “trascendencia en la inmanencia” sería precisamente esta conciencia dadora o donadora de sentido que ordena y perfila los fenómenos.

Pues bien, el camino que Husserl tomó desde los primeros estudios de la inmanencia de los actos, decanta en un “idealismo trascendental”, en la medida que busca determinar las condiciones de posibilidad de los fenómenos dados a la conciencia constituyente donadora de sentido. Vemos entonces que la actitud filosófica comprende el situarse en el campo de esta conciencia fenomenológica pura; la verdad primera de la fenomenología husserliana radica en la práctica de la epoché fenomenológica y las reducciones que le siguen, con el fin de poder acceder al campo eidético [acceso a la correlación noético-noemática] de las esencias universales y poder desde ahí describirlas.

Este “giro trascendental” de la fenomenología, fue blanco de críticas e incomprensiones de parte del círculo de alumnos y colegas. Muchos de ellos tomaron otros rumbos e intentaron perfilar la fenomenología del maestro desde sus propios puntos de vista (Scheler, Heidegger, Jaspers, por ejemplo). Lo que González destaca de todo esto, es la pregunta que surge a partir de estos cambios, relativos a la fidelidad que el fundador de la fenomenología tuvo con sus empresa originaria, a saber, el “apegarse a las cosas mismas”. Vemos que al introducir la idea del  “ego trascendental” o “yo puro” en la inmanencia de los actos, Husserl está introduciendo un presupuesto, que por mucho que se muestre como un yo intersubjetivo y necesario, hace pender el análisis de una condición de posibilidad que trasciende los actos mismos. El proyecto originario de Husserl de una verdad primera apegada en la facticidad de los actos queda, en palabras de González, desvirtuada: “La verdadera fidelidad al proyecto inicial de la fenomenología hubiera consistido en permanecer aferrados a la facticidad de nuestros actos, sin desertar del devenir, pues justamente en el devenir es donde hemos encontrado las verdades absolutas primeras.”[10]

Husserl por su parte, siempre creyó que la fenomenología habría de servir y llevar a la humanidad en crisis a la plenitud y libertad, de este modo se inscribe como un proyecto de filosofía primera que busca orientar la praxis de la humanidad. La única salida a esta crisis sería la  de volver a arraigar la ciencia al mundo de la vida, traerla de regreso al suelo desde donde originariamente partió, pues este mundo es el mundo del sujeto consciente de sí, de su realidad histórica, finita e intersubjetiva. No obstante este regreso al mundo de la vida debe resguardar su deseo de una ciencia racional y universal, pues a los ojos del pensador, el historicismo  y relativismo de las diversas “concepciones del mundo” no son más que un aspecto del subjetivismo y por ende, de la pérdida de sentido de las ciencias. A grandes rasgos, el proyecto de construir una ciencia racional con alcance apodíctico y universal, la cual surge y se despliega desde Grecia hasta la modernidad, no comprende un proyecto cualquiera y el deseo de una cultura en particular y contingente. Para Husserl, es en la cultura europea donde la Razón y el Espíritu se han expresado con mayor fuerza; es en ella donde este deseo hacia la universalidad está plenamente fundado. Trabajar en pos del desarrollo de la razón universal y plenamente consciente de sí, es hacer resurgir y actualizar la esencia del hombre, del zoon logon ekhon que Aristóteles definió, pero cuya esencia no está aún plenamente desarrollada. La Fenomenología y el fenomenólogo en sí, se sienten llamados a realizar este trabajo, la ciencia universal y apodíctica, la cual no presupone nada que escape a su propio progreso; por ello debe auto fundarse y a través de ella, las demás ciencias positivas y experimentales (re)encontrarán su fundamento y sentido. Husserl dirá: “En efecto, somos precisamente los que somos en tanto funcionarios de la humanidad filosófica moderna, en tanto herederos y coportadores de la dirección que la atraviesa por entero (…) a partir de la fundación original griega.”[11] Veamos ahora, el proyecto reiniciado por Antonio González de una filosofía primera. Tomaremos el ámbito de los actos para contrastarlo con el pensamiento del filósofo alemán.



González: Verdad primera del acto, retracción y fugacidad

Hemos señalado, unas líneas más arriba, que la crítica que González desarrolla en su obra va dirigida al idealismo trascendental en el cual desemboca la fenomenología de Husserl, luego de incluir en su teoría la noción de una conciencia donadora de sentido. El proyecto de González por su parte, intentará partir desde el origen que habría abandonado el filósofo moravo: el acto, en cuanto acto. En efecto, el punto de partida, el “principio” del pensar filosófico para González radica en la gran variedad de actos humanos y en su análisis.

Una filosofía, si quiere ser filosofía primera, debe prescindir de todo aquello que los trascienda, no debe privilegiar ningún acto sobre otro ni debe admitir los actos de ninguna otra realidad, sea esta una sustancia, un sujeto, un yo puro, una conciencia donadora, etc. De ahora en adelante, el acto debe desprenderse de todo presupuesto metafísico que se esconda detrás de los actos mismos; sea un presupuesto de índole aristotélico, subjetivista, idealista, materialista, etc. De lo que se trata ahora el análisis es de volcarse en la inmediatez del acto. Lo peculiar de estos actos es que en ellos los objetos, o también personas, se dan como algo otro respecto a ellos, y los contenidos que son percibidos son dados en nuestras impresiones también como algo otro respecto a los actos. Según González, tomando en cuenta este elemento de alteridad de las cosas actualizadas en los actos, es posible comprender los actos como actos  no como cosas, según lo habría pensado así Hume, por ejemplo. El análisis, por ello, no debe apartarse hacia las cosas actualizadas en los actos, sino más bien, en el acto mismo de actualización de ellas.

Tenemos que comprender además, que esta modalidad de análisis no resulta ser un modo de reflexión, pues la reflexión implica a un sujeto que se vuelca sobre sí mismo –en términos modernos- y el nivel de análisis de González no arranca de ningún sujeto que ejecute los actos, y que por ello los trascienda. Esto no  implica tampoco que se parta desde la “actitud natural” que definimos con Husserl, ya que en esta actitud, los actos son rebasados por una multiplicidad de presupuestos personales sobre las cosas y uno mismo.

Para proceder como filósofos, tenemos que prescindir de todas las afirmaciones sobre las cosas, sobre los demás y sobre nosotros mismos, para considerarlas simplemente como actos, situados por tanto en el mismo nivel de los demás actos que integran nuestra praxis. Por ello, más que una reflexión, se trata de una “retracción”, desde todo lo que presuponemos sobre lo que trasciende a nuestros actos hacia los actos mismos en los que formulamos esas presuposiciones. La retracción hacia la verdad primera e inmediata de los actos es, por ello, el primer paso de la filosofía para instalarse en su nivel propio de radicalidad.[12]

Obtenemos pues, un punto de partida en el cual el acto es considerado en toda su facticidad e inmediatez; la retracción nos proporciona un nivel de análisis en que no es necesario mirar el acto de modo reflexivo, en tanto acto ejecutado por un sujeto; por ello tampoco no existe el peligro de la caída en el escollo del solipsismo, pues el análisis de los actos es accesible para todos. Por otra parte, señala González, la retracción no es equivalente a la reducción fenomenológica de Husserl, pues en ella no se busca un tránsito hacia la subjetividad trascendental, tampoco en ella se suspende o niega la realidad del mundo. Lo único que se busca en la retracción es distinguir entre la verdad de los actos y la verdad que los trasciende. No obstante: “Nuestro punto de partida no es un axioma destinado a fundamentar todos los saberes, sino solamente la verdad primera de nuestros actos en su distinción respecto de toda verdad ulterior. La filosofía primera no consiste en una fundamentación última y axiomática de los saberes.”[13]

Ya que hemos despejado junto a González los principales presupuestos que trascienden nuestros actos, vemos que tras la retracción no obtenemos tampoco una especie de residuo fenomenológico, sino únicamente la radicalidad de los actos que ejercemos. “Los actos tienen entonces un significado “neutral”, del que hay que excluir cualquier idea de una activación por algo o por alguien, y también todas las construcciones metafísicas que la historia del pensamiento ha elaborado en torno a ellos.”[14]

Se nos presenta ahora un problema, el análisis de los actos que quiere desarrollar González, los muestra como un “torrente” de actualizaciones que aparentemente no alcanzan un orden determinado ni coherencia alguna. La multiplicidad de actos parece develar una cierta problemática para poder constituirse como verdad primera. Este torrente es similar –dice González- al río de Heráclito, pues en él es imposible retener completamente la inmanencia actualizada del acto; los actos en la medida que queremos analizarlos, se encuentran anclados en el devenir. La filosofía primera en este sentido, está obligada a admitir este factor en el método analítico; en la medida que tomamos un acto determinado y pretendemos fijarlo en el tiempo, estamos haciendo lo mismo que hacemos al dar cuenta de un acto de escritura –por ejemplo- y al mismo tiempo estamos escribiendo. El acto en sí mismo presenta una verdad incuestionable, pero es una verdad fugaz que no se deja fijar indeterminadamente. Sin embargo, ello no merma el análisis:

Todo esto significa que cualquier análisis de nuestros actos nunca tendrá la verdad primera de los actos mismos. Es esencial distinguir entre la verdad primera de los actos y las <<verdades segundas>> de las actualizaciones de estos actos en nuevos actos de rememoración o de análisis. La verdad primera, como ya vimos al hablar de los presupuestos en el capítulo anterior, solamente permite un proceso asintótico de aproximación, pero nunca una posesión plena y definitiva. Justamente por eso, el filósofo es amante de la sabiduría, pero no poseedor de ella.[15]

El análisis de los actos de la filosofía primera se encuentra reconciliado con el devenir de estos. En la medida que la rememoración permite traer de vuelta un acto del pasado, es verdad que éste acto no vuelve en su integridad primigenia, pero la filosofía primera se vuelve un perpetuo aproximarse a ellos. Esta incapacidad de dar completamente con la verdad de los actos, permite, por otra parte, el diálogo entre distintos investigadores, pues comprendemos que el análisis se encuentra mediado por el lenguaje y por los rasgos psicológicos del investigador. De ello se desprende la distinción radical entre el ámbito del análisis y la teoría.

Mientras que el análisis se quiere circunscribir a nuestros actos sin trascenderlos, la teoría pretende ir más allá de los mismos para explicarlos. Se trata de una diferencia que, aunque puede tener muchos paralelos con otras que aparecen en la historia de la filosofía, se deriva de la índole misma de aquello que queremos investigar: la verdad primera de nuestros actos.[16]

De esta distinción entre los ámbitos del análisis y la teoría, surge otra diferencia fundamental; el grado de evidencia del análisis del acto es resueltamente mayor que el de la teoría. Si el análisis, en efecto, se mueve en la verdad primera del acto, la teoría por su parte, al querer explicarlos, se fundamenta en presupuestos que trascienden el ámbito de los actos nuevamente; la evidencia que se expone en el análisis pende de un sistema conceptual específico. De esta manera, la evidencia no agota el análisis, pues el sistema conceptual está siempre abierto a nuevas revisiones y por ende, a nuevas formas conceptuales más eficaces o más aptas para articular el complejo analítico de los actos. Así se revela el carácter libre y accesible universalmente de la filosofía primera de González, filosofía que ha conseguido partir independizada de todo presupuesto que trascienda los límites de los actos mismos; con ello, además, parece retomarse nuevamente la senda marcada por Husserl, el remitirse únicamente a las cosas mismas. El trabajo de González por supuesto no acaba aquí, nosotros por nuestra parte, fijamos nuestra exposición en el ámbito de la presentación de la idea de principio, de punto de partida de la reflexión filosófica, tarea pues que no está exenta de puntos divergentes o escépticos, incluso cínicos. No obstante la filosofía primera sigue su curso, pues:

Como quiera que sea, la dilucidación de estas dudas no pueden venir de discusiones de escuela, sino del estudio y descripción rigurosa de lo inmediatamente dado en diálogo con todos los que en la historia de la filosofía han arribado a esta esfera de radicalidad. Si es cierto que cualquier pequeño matiz en el punto de partida se convierte después en posiciones divergentes y hasta incompatibles, bueno será permanecer en el laberinto y en la aparente esterilidad e infructuosidad del análisis de lo inmediatamente dado, de la determinación de una verdad primera, cargando con todas nuestras dudas y temores sin precipitación alguna por salir del laberinto, porque quizás sólo así, con paciencia y calma, sin dejarnos engañar por las vías aparentemente rápidas y expeditas, encontremos el camino de la verdad.[17]  



[1] González, A. Estructuras de la praxis: Ensayo de una filosofía primera. Madrid: Ed. Trotta, 1997 
[2] Personalmente no me considero competente para abordar adecuada y respetuosamente la obra de Zubiri y la crítica de González a su filosofía.
[3] González, A. Estructuras de la praxis., p. 31
[4] Husserl, E. Ideas relativas a una fenomenología pura y una filosofía fenomenológica. Trad. José Gaos. Madrid: FCE, 1993. § 27, p. 66
[5] Husserl, E. Investigaciones lógicas. Vol. 1. Trad. Manuel García Morente, José Gaos. Madrid: Alianza, 1985. §37, p.117
[6] Este fragmento lo extraje de un vocabulario de fenomenología elaborado por el profesor Patricio Mena, para los alumnos del seminario: Ricoeur: “El animal hermenéutico”, realizado el segundo semestre del año 2010 en la universidad Alberto Hurtado.
[7] Seguiremos el mismo hilo conductor que González despliega en su trabajo para tratar los puntos específicos en que se encuentra con Husserl y los puntos en que discrepa con él. 
[8] González, A. Estructuras de la praxis., p. 33
[9] Ibíd., p. 34
[10] Ibíd., p. 36
[11] Husserl, E. La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental. Barcelona: Crítica, 1991.
[12] González, A. Estructuras de la praxis., p. 47
[13] Ibíd., p, 49
[14] Ibíd., p, 51
[15] Ibíd., p, 75
[16] Ibíd., p, 77
[17] Corominas, J. La verdad primera: En torno a la filosofía primera de A. González. Texto encontrado en:  http://www.uca.edu.sv/revistarealidad/archivo/4dd3faa64a30alaverdad.pdf

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