viernes, 27 de julio de 2012

Baudelaire y Rimbaud: dos rebeldes metafísicos




En las siguientes líneas, leeremos algunos pasajes de la obra de Baudelaire y a Rimbaud desde la perspectiva de la rebelión, entendida según Albert Camus en El hombre rebelde como: la rebelión metafísica. Queremos con ello, iluminar el sentido con que el autor de El extranjero inserta a estos poetas en la órbita de los rebeldes metafísicos. No podemos comenzar este trabajo, por supuesto, sin aclarar lo que Camus llama en su libro rebelión metafísica. Dejemos que el mismo ensayista lo haga:

La rebelión metafísica es el movimiento por el cual un hombre se alza contra su situación y la creación entera. Es metafísica porque discute los fines del hombre y de la creación. El esclavo protesta contra la situación que se le crea como hombre. El esclavo rebelde afirma que hay en él algo que no acepta la manera como le trata su amo; el rebelde metafísico se declara frustrado por la creación. Para el uno y el otro no se trata únicamente de una negación pura y simple. En ambos casos, en efecto, encontramos un juicio de valor en nombre del cual el rebelde niega su aprobación a la situación que le es propia. (Camus, pp.27)

Vemos así, que el rebelde metafísico es aquel que se niega al orden universal, al cómo las cosas han sido planteadas. En él desembocan sentimientos de añoranza, frustración, y en muchos casos, grandes dosis de nihilismo. Baudelaire y Rimbaud reúnen a su manera estos elementos, los transforman en su peculiar manera de plasmar los rasgos de su época y los avatares sociales y políticos que les tocó vivir. Veamos brevemente algunas de estas ideas en ambos poetas.




En la obra poética de Baudelaire, Les fleurs du mal, en la sección precisamente denominada “Rebelión”  hay tres poemas que definen en sí mismos el espíritu de rebeldía del poeta, estos son: La negación de San Pedro, Abel y Caín, y Las letanías de Satán. Los tres poemas se ajustan al modelo descrito por Camus. Hay en ellos una imagen viva de aquella negación y tensión latente frente a la determinación ontológica, frente a una especie de tirano o dios griego que observa desde las alturas, las penurias y tribulaciones de los hombres. Baudelaire en un momento clamará:

¿Qué hace Dios, pues, de esta ola de anatemas que sube todos los días hacia sus serafines? Como un tirano ahíto de carne y de vinos, se adormece al dulce rumor de nuestras afrentosas blasfemias. (La negación de San Pedro, pp.37, verso n°1)

Desde ya podemos anticipar la concepción de Dios descrita en el poema, el autor habla desde la tierra, en comunidad con otros seres insatisfechos que alzan su voz contra una divinidad insensible a los dolores humanos. Pero es en el segundo verso del poema, donde se revela con mayor fuerza lo que exponemos:

“Los sollozos de los mártires y ajusticiados son una sinfonía embriagadora sin duda, porque, a pesar de la sangre que su voluptuosidad cuesta, los cielos no están todavía nada saciados” (pp.37, verso n°2). 

Y precisamente, cuando se refiere a los “mártires y ajusticiados” no lo hace mencionando solamente a los muchos que han muerto en el nombre o por causa del nombre de dios, sino que rememora la figura de Cristo; el principal mártir del cristianismo, ajusticiado y muerto para redimir a los hombres. Sin embargo, la lectura no se agota en estos versos. Es en el octavo y último de estos, que se nos da la panorámica completa del sentido del poema, con él la misma obra de Baudelaire queda expuesta al juicio de su autor:

Cierto, saldré en cuanto a mí, satisfecho de un mundo donde la acción no es la hermana del sueño; ¡puedo utilizar la espada y perecer por la espada! San Pedro ha negado a Jesús… ¡ha hecho bien! (pp.38, verso n°8)

Este verso es especialmente aclarador de lo que Baudelaire podría haber pensado como la figura del poeta y la tarea que este lleva a cabo en el mundo. Y de gran manera además, se puede comparar y en ciertos sentidos, hacer coincidir a Baudelaire, mutatis mutandis, con la figura de Iván Karamazov cuando le narra a Aliosha, el mito del gran inquisidor. En efecto, una de las frases más famosas de la novela Los hermanos Karamazov de Dostoievski, es la que nos dice: “Si Dios ha muerto, todo está permitido”. Baudelaire en un sentido análogo a éste, nos está diciendo lo mismo “¡puedo utilizar la espada y perecer por la espada! ¿Por qué?, porque en el mundo, la realidad y la acción de los hombres no equivalen al sueño; el mundo no es para nada aquel paraíso añorado por los hombres, el lugar donde la justicia y la verdad prevalecen. Aquí el poema de Baudelaire coincide con las palabras de Iván Karamazov: “Si el sufrimiento de los niños sirve para completar la suma de los dolores necesarios para la adquisición de la verdad, yo afirmo desde ahora que esta verdad no vale ese precio” (Dostoievski, pp.305) Camus nos dice respecto a Karamazov: “Iván niega la dependencia profunda que el cristianismo ha introducido entre el sufrimiento y la verdad” (Camus, pp.56). Baudelaire por su parte, llevará a cabo la misma operación al decir que pese a los sollozos de los mártires y ajusticiados y la sangre que su voluptuosidad cuesta, los cielos no están aún nada saciados. Surge así la Rebelión frente a lo establecido, en palabras de Camus “el rechazo a la salvación”, la rebelión -para él- lo quiere todo o nada. San Pedro, al negar a Jesús, ha permitido que se cumpla con su muerte, la revelación de la verdadera cara del creador como aquel que se burla desde las alturas de todos los tribulados del mundo, mientras deja caer a su hijo, el vínculo entre él y los hombres. Sin embargo, Iván, al aceptar que querría ver muerto a su padre, legitima el asesinato, no puede comprender que se ame al prójimo porque es el hombre mismo –el adulto- que se ha condenado, prefiriendo el conocimiento a la salvación. He ahí, el vínculo con Baudelaire; si los hombres han preferido el progreso, se han condenado a sí mismos y merecen las penas padecidas.

En el poema titulado “Abel y Caín” vuelve el poeta a presentar esa tensión entre el vencido y el triunfante, la antítesis entre la luz y las tinieblas, lo que Frederick expresa como una disonancia general entre satanismo e idealismo. Aquí en resumen, se conjugan los dos elementos que someten al poeta a esa tensión desgarradora entre la absoluta libertad y el pecado, entre la fe y el conocimiento, entre el bien y el mal; la raza de Caín se convierte en el chivo expiatorio para los males del mundo, mientras la raza de Abel se eleva con la confianza del hijo preferido por su padre, pero que deberá un día caer de su lugar seguro para completar la  rebelión.                                            

¡Ah, raza de Abel, tu carroña engordará el suelo humeante!
Raza de Caín, tu tarea no está hecha suficientemente.
Raza de Abel, he aquí tu vergüenza: el hierro ha sido vencido por la jabalina.
Raza de Caín, el cielo sube, y sobre la tierra arroja a Dios. (pp. 40, II)

La aflicción de Caín se trasforma en el orgullo de los rebeldes metafísicos. Como caído y despojado de la gracia divina, el rebelde hace de su miseria aquello que lo congrega con los humillados y ofendidos de la historia, contra la condición misma de ser humano, determinado y finito.

El tercer poema “Las letanías de Satán” viene a ser el ejemplo paradigmático de la rebelión. En la figura de Satán se configura el rebelde por antonomasia, esencia de rebeldía y autoafirmación con quién Baudelaire se identifica y reza en su poema:

¡Oh tú, el más sabio y el más bello de los ángeles, dios traicionado por la suerte y privado de alabanzas! ¡Satán, ten piedad de mi larga miseria!
Oh, príncipe del exilio, a quien se le ha hecho un agravio, y que, vencido, siempre te levantas más fuerte, ¡Satán, ten piedad de mi larga miseria! (pp.41, versos n°1 y 2)

Walter Benjamín, al estudiar la figura del Lucifer de Baudelaire, nos vuelve a conectar con la realidad de Caín. Satán para Benjamín “es distinto del integrante infernal al que los poetas llaman con el nombre de “Satán Trimégiste”, de demonio” (Benjamín, pp.35). La fuerza del Satán de Baudelaire es la del vencido que, víctima de su condición, lanza una mirada orgullosa e insolente sobre su vencedor, pero éste, a su vez, necesita precisamente de la existencia de su némesis para prevalecer, ambas partes se complementan y necesitan. Por otra parte, Enrique López Castellón nos dice: “Si Baudelaire reza a Satán es para concitar las iras de quienes siguen a Dios, para afirmar su individualidad única e irrepetible frente al Ser Supremo, que es patrimonio común de los mortales” (Castellón, pp.11). Aquí, López Castellón destaca el afán individualizante del poeta que, en un primer momento tiende a identificarse con los otros despojados y decadentes de su tiempo pero que finalmente, tiende a separarse y a elevarse sobre la masa homogénea e ignorante. Baudelaire al final emprenderá la huida del mundo. Camus si bien, inserta a Baudelaire en el círculo de los rebeldes metafísicos, terminará al final separando las aguas donde circunda el poeta frente a otros rebeldes más radicales como Sade o Rimbaud.

(…) Baudelaire, a pesar de su arsenal satánico, su gusto por Sade, y sus blasfemias, seguía siendo demasiado teólogo para ser un verdadero rebelde. Su verdadero drama, el que le ha convertido en el más grande poeta de su época, estaba en otra parte. Baudelaire no puede ser evocado aquí sino en la medida en que ha sido el teórico más profundo del dandismo y dado fórmulas definitivas a una de las conclusiones de la rebelión romántica. (Camus, pp.54)

Baudelaire termina haciéndose consciente de su derrota, su imagen es la del albatros que ha perdido toda la majestuosidad de su vuelo y al cual, sólo le queda intentar desplazarse torpemente entre los hombres. Su obra viene a ser el fiel reflejo de la rebeldía ante la modernidad que barre, que desecha y olvida para construir las renovadas obras del progreso. No obstante, se deslumbra con su belleza artificial, con los adoquines de las calles, la luz de los faroles iluminando los boulevares parisinos, y que también, oculta entre las sombras a los mendigos, las mujerzuelas, los niños andrajosos y otros seres marginados de la sociedad burguesa imperante.



El sucesor, heredero y también, hereje de Baudelaire, Arthur Rimbaud, representa una clase de rebeldía más exacerbada. En su obra, el poeta lleva acabo lo que podríamos llamar: una praxis de la encrapulación, un verdadero método para explorar lo recóndito de la realidad. Busca superar a Baudelaire porque según él, no supo ir y llegar más allá de lo conocido. Rimbaud es además de un rebelde metafísico, un rebelde contra la misma concepción de realidad, contra lo aceptado, la evidencia. Camus escribe: “Como el Rimbaud de las Illuminations, lanzado contra los límites del mundo, el poeta prefiere el apocalipsis y la destrucción antes que aceptar la regla imposible que le hace lo que es en el mundo tal como es” (Camus, pp.80).

La rebelión en Rimbaud según Frederick, es aquella que “se mantiene bajo el poder de aquello contra lo cual se yergue” y más adelante nos dice: (…) Forma  parte de su rebelión contra todo lo heredado en general, pero también de su pasión por lo “desconocido”, por aquella trascendencia vacua, que sólo cabe expresar destruyendo todo cuanto le es dado” (Frederick, pp.89). Pero mejor veamos un ejemplo del mismo Rimbaud para ilustrar lo citado en la obra en prosa Cartas del vidente y el poema “De Arthur Rimbaud a Georges Izambard”:

Por el momento, lo que hago es encrapularme todo lo posible. ¿Por qué? Quiero ser poeta, y me esfuerzo en volverme Vidente: yo apenas sabría explicárselo y, aunque supiese, usted no comprendería nada en absoluto. Se trata de alcanzar lo desconocido por medio del desarreglo de todos los sentidos. Los sufrimientos que ello conlleva son enormes, pero hay que ser fuerte, haber nacido poeta, y yo, me he reconocido poeta. No es culpa mía en absoluto. Nos equivocamos al decir: Yo pienso; deberíamos decir: Alguien me piensa. Perdón por el juego de palabras. (Cartas del vidente, pp. 103, verso n°2)

El tono de este verso es muy cercano al estilo nietzscheano de referirse al afán por conquistar la evidencia. Es conocida la crítica que Nietzsche esgrime contra la modernidad y su búsqueda de la verdad absoluta heredada desde los tiempos de Descartes hasta Hegel. En el prólogo de El Anticristo, Nietzsche nos habla en el mismo tono que Rimbaud, nos dice: “Hace falta la predilección de los fuertes por las cuestiones que al presente nadie tiene el valor de dilucidar, el valor de buscar el fruto prohibido, la predestinación del laberinto” (Nietzsche, pp.9). Ahora bien, ¿con qué sentido dice estas enigmáticas palabras?, pues para tener acceso a una “nueva música”, a lo más lejano y, alcanzar una “Consciencia nueva para verdades mudas hasta hoy” (Ibid). Rimbaud encarnaría a ese lector tan añorado por el filósofo alemán. Ese encrapulamiento que nos revela, ese delirio por lo malvado y desproporcionado, viene a ser un verdadero éxtasis dionisiaco; una exaltación de los sentidos pero llevados al borde del rebasamiento. El poeta en efecto, se transforma en un vidente, en una especie de sacerdote que toma de la mano a los hombres para redimirlos. Éste, carga el peso de toda la suciedad y dolores humanos para hacerlos estallar.

En la carta “De Arthur Rimbaud a Paul Demeny”, perteneciente también a la obra Cartas del vidente, se devela el gusto del poeta por la fealdad, fealdad no tan solo exterior sino que también de alma. El encrapulamiento consiste en volver “monstruosa el alma”, sacar a relucir todo lo vil que habita en el corazón, volverse un sabio después de conocerse y autoafirmarse como lo que verdaderamente se es:

El primer objeto de estudio del hombre que quiere ser poeta es su propio y entero conocimiento; éste busca su alma, la inspecciona, la pone a prueba, se la aprende. Una vez sabida, debe cultivarla; parece fácil: en todo cerebro se produce un desarrollo natural; hay tantos egoístas que se proclaman autores; ¡y otros muchos que se atribuyen su progreso intelectual! Pero de lo que se trata realmente es de hacer monstruosa el alma: ¡a la manera de los comprachicos, vaya! Imagínese a un hombre implantándose verrugas en la cara, cultivándoselas. (pp. 113)

 Se desprende aquí, una pragmática de la poética, la vida se vuelve un acto poético con el cual cambiar o en palabras de Nietzsche, hacer una transvaloración de los valores. Si Baudelaire se entrega a la huida, y de alguna manera, a una amarga redención, Rimbaud querrá ir más allá de los límites; el poeta, mediante la encrapulación, mediante la experimentación de todo lo sórdido y horrible aspirará a una liberación. Tal como Nietzsche también pensará; todo aquel que aspire a las alturas, primero deberá hundir sus raíces en la oscuridad, en las profundidades del abismo. Lo bello y lo feo serán según Frederick, estímulos opuestos, despojados de toda valorización objetiva lo mismo que la verdad y la mentira, lo que importará para Rimbaud son los contrastes.

Pero la rebelión de Rimbaud queda también impotente frente a la realidad. No puede desprenderse totalmente de los elementos que lo atan, la herencia cristiana que era su mayor obstáculo. El poeta de lo desconocido según Frederick, no logra poner en claro qué era ese desconocido, por eso da media vuelta en silencio frente al mundo por él dispersado. 

En resumen, podemos decir que tanto Baudelaire como Rimbaud se insertan en la categoría que Camus denomina, Rebelión metafísica. La vida y la obra de ambos artistas esta tensionada por las vicisitudes que la realidad de su época les enrostró con crueldad pero de ello, supieron explotar el material suficiente para plasmar con maestría la escultura de sus atormentadas almas. La rebelión metafísica queda truncada por el mismo agente al cual se intenta sublevar, por el hecho de rebelarse. La vida y el cuerpo están atados a la temporalidad y por ende a la decadencia y la muerte, pero las profundidades del alma son infinitas. Desde ahí el rebelde metafísico lleva acabo su tarea de oponerse a la regla universal, el poeta se opone a la servidumbre y grita: “me rebelo, luego existimos” agrega, meditando prodigiosos designios y la muerte misma de la rebelión: “Y existimos solos”. (Camus, pp.99).

Bibliografía:
·         Baudelaire, Ch. Las Flores del Mal. Trad. M.B.F. Barcelona: 29, 1999
·         Benjamin, W. Iluminaciones 2 (Baudelaire). Madrid: Taurus, 1972
·         Camus, A. El Hombre Rebelde. Trad. Luis Echávarri. Buenos Aires: Losada, 2003
·         Dostoievski, F. Los Hermanos Karamazov, tomo I. Trad. E. Miró. Santiago de Chile: Andrés Bello, 1989
·         Frederick, H. (faltan datos de editorial)
·         López Castellón, E. Baudelaire o la dolorosa complejidad de la moral, en: Charles Baudelaire, Obras Selectas. Trad. Enrique López Castellón. Madrid: Edimat Libros, 2006
·         Nietzsche, F. El Anticristo. Trad. José Luis Patcha. Madrid: Mestas, 2001
       Rimbaud, A. Cartas del Vidente. (faltan datos de editorial)






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