jueves, 26 de julio de 2012

Deseo encarnado y desesperación en "La enfermedad mortal" de Kierkegaard




En la obra La enfermedad mortal, Kierkegaard nos presenta tres modos en que la desesperación, enfermedad que se da propiamente en el espíritu del hombre, se manifiesta. Estos modos de desesperar pueden ser definidos dentro de los tres estadios que el autor señala como: el estadio estético, el estadio ético y el estadio religioso. De esta manera, la desesperación, viene a darse primero en el sujeto que ignora su condición espiritual, es decir, en el hombre que desconoce el hecho ineludible de ser una síntesis, una relación entre finitud e infinitud, de inmanencia y trascendencia, necesidad y libertad; este sujeto es el esteta, el cual se sumerge en el mundo y se mezcla en la masa, se entrega a la inmediatez de las cosas, a la realización de sus deseos más próximos y al goce que sus sentidos le otorgan. Por ello, este modo de desesperación puede definirse también como un estado en que el sujeto ignora su ser reflexivo y auto-constituyente. El segundo modo de desesperación, se da en el hombre ético, en aquel que asume una postura, un compromiso y se entrega al cumplimiento del deber. Este sujeto desespera, en palabras de Kierkegaard, no porque ignore poseer un yo, tal como el esteta, más bien este desespera según el filósofo, precisamente por no querer ser mismo, por el hecho de auto-postergarse en pos del papel que ha asumido y al cual se aferra firmemente. Por último, el tercer estado pertenece al hombre religioso; en él se manifiesta el salto, la diferencia cualitativa entre el hombre de la multitud o el bruto y el hombre que se ha elevado sobre ellos, de frente a la trascendencia y la infinitud, pero que sin embargo en ese querer ser sí mismo, cae en la misma lógica del que no quiere serlo, pues debe elegir y elegirse perpetuamente dejando atrás los otros estadios quedando expuesto a desesperar.    

Ahora bien, si analizamos los tres estadios definidos por Kierkegaard y los comprendemos como modos o síntomas en que la desesperación se manifiesta, podemos encontrar un elemento originario, concomitante y que subyace en el hecho de desesperar; a este elemento lo podemos comprender con el nombre de “ser deseante”. En efecto, es bastante claro este hecho, pues en los tres modos que hemos expuesto el deseo se expresa tácitamente; en el primer estadio, donde el sujeto se encuentra entregado al cumplimiento inmediato de sus deseos; el hombre estético, en este sentido, se hace presa de sus deseos, éstos cobran vida, por decirlo de un modo, y se realizan a través de él tomándolo como medio de expresión. En el segundo caso, el del hombre ético, el deseo se mueve subrepticiamente, no es tan explícito como en el primer caso. No obstante, éste se da con la misma fuerza en la medida que el sujeto hace suyo el deseo de los otros, adopta y quiere realizar un deseo que le adviene desde fuera, heterónomamente, como una orden que estructura y perfila su ser; el sujeto ético se descubre ciertamente como una subjetividad sui generis, pero se ve determinado por los imperativos que asume y termina aunándose también en la seguridad que la multitud le provee. Finalmente, en el estadio del hombre religioso, el deseo se muestra precisamente en el hecho de querer –desesperadamente- ser sí mismo; en la toma de consciencia de su libertad y las posibilidades que se exhiben frente a él y que lo invitan  a tomar una decisión. De este modo, queremos proponer esa condición de “ser deseante” como una cuarta manera de desesperar y no tan solo como un fenómeno transversal a los tres restantes. Nos parece, efectivamente, que el ser deseante no pertenece exclusivamente a alguno de estos tres estadios y que se puede comprender como un modo de ser, como una estructura ontológica inherente al sujeto y que representa una parte importante dentro de la síntesis que Kierkegaard ha llamado espíritu.

Siguiendo entonces la reflexión de Kierkegaard, la posibilidad y la tarea de ser sí mismo es una realidad problemática, pues como dice él mismo:

(…) un yo siempre está en devenir en todos y cada uno de los momentos de su existencia, puesto que el yo κατά δύναμον realmente no existe, sino que meramente es algo que tiene que hacerse. Por lo tanto, el yo no es sí mismo mientras no se haga sí mismo, y el no ser sí mismo es cabalmente la desesperación.[1]

De esta manera, el planteamiento que nos hace Kierkegaard, apunta a disolver las pretensiones sistemáticas de constituir un yo sustancia, autoevidente y transparente para sí. De modo que la condición irremediable del sujeto es la de auto-elegirse constantemente, desplegarse en la existencia con el fin de dejar de ser un sí mismo y llegar a ser un yo concreto. Esto implica necesaria y paradójicamente, dejar de ser para ser; en ello se funda la desesperación y en ello queremos ver cómo se articula la condición de ser deseante entre las otras formas de desesperar.  

Tomemos dos ejemplos que Kierkegaard nos da para ilustrar nuestra idea. Tenemos primero al hombre que quiere ser César a toda costa; en él se sintetizan todas las características que definen a aquel que no quiere ser sí mismo y que por ello quiere ser otro, en su caso, César. El deseo se traduce en el afán cegador de encarnar otro cuerpo, otra vida y otra realidad. ¿Quién no ha tenido la experiencia de estar soñando que se es un héroe, un gran aventurero o cualquier otro personaje fascinante en medio de una gran historia, encontrándonos totalmente sumergidos en aquella fantasía onírica y de pronto algo nos despierta y nos saca de esa realidad maravillosa?; ¿no hemos sentido inmediatamente al volver a sí una gran desilusión?; ¿no hemos querido volver a dormirnos y retomar la trama que tan dichosos nos tenía? He ahí un fenómeno particular de nuestro modo de ser en tanto ser deseante. Como el hombre que quiere ser César, no desesperamos por no serlo efectivamente, sino por el hecho de no poder dejar de querer serlo y tener que asumir que no lo somos, por lo tanto, desesperamos de querer no ser sí mismo. Otro ejemplo, es el de la mujer que desespera por la pérdida de su amante; en este caso, aquí Kierkegaard nos dice que esta mujer desespera de amor. Sea por cualquier motivo en que esta mujer haya perdido a su amante, el hecho primordial es que ella desespera de sí misma, pues la oportunidad de ser uno con su amado se ha esfumado, se le ha ido de las manos por lo que se ve en la ingrata situación de quedarse sola consigo misma. Pues bien, ¿cuál es la situación de fondo? Si aceptamos la idea de que esta mujer desespera por quedarse sola consigo misma, ¿no podemos agregar además que ella desespera por su condición de ser deseante?; ¿no se traducen los sueños truncados, las ilusiones disueltas y la totalidad de recuerdos y sentimientos, en tanto que propios, en un peso demasiado grande cuando se carga sola? En esa soledad, en efecto, se manifiesta la condición determinante de ser deseo encarnado, pues el deseo no se presenta como un objeto que tengo en mis manos, que me quema y que debo arrojar lejos para aliviarme; el deseo trágicamente soy yo mismo. Es más, es lo que de fondo me hace desesperar con mayor fuerza, pues el ser deseante, en este caso, se torna insoportable, es ser deseo que desemboca en la nada y retorna hacia mí.

Por otra parte, existe otra realidad que se revela en el deseo incumplido y que da más densidad a la desesperación de Kierkegaard. Esta realidad es aquella que revela la contingencia absoluta de lo deseado, tanto en un sentido reducido como en un sentido amplio. En un sentido  reducido, esta realidad se muestra en tanto que aquello deseado cobra importancia y valor sólo para mí; en efecto, mientras lo deseado se torna algo imposible e inalcanzable o también algo perdido e imposible de recuperar, el mundo completo sigue su rumbo, puede seguir funcionando sin problemas mientras yo, como desesperado, muero mi muerte, como dirá Kierkegaard, eternamente, sin poder consumirme de una vez por todas. Sin embargo, en un sentido amplio esto se vuelve un ingrediente más de la desesperación, ya que hemos comprendido el ser deseante como una manera de ser, o dicho de otro modo, como deseo encarnado, lo absolutamente contingente ahora es el sujeto mismo; el ser deseante de este modo, es estructurante y universal, pues implica en carne y hueso a la totalidad de los hombres. La desesperación bajo este prisma, se volvería algo mucho más llevadero, incluso algo insignificante si el cúmulo de deseos que soy se disipara. Pero el dejar de ser deseante es algo imposible de realizar, pues como ya hemos visto, el deseo mueve todos los estadios de existencia que puedo habitar, por lo tanto, constituye las maneras en que puedo ser; por ello, puedo decir que estoy “condenado a desesperar”.

La única manera de escapar a esta condición, como ya hemos dicho, sería la de dejar de ser sujeto deseante, pero para dejar de serlo tendríamos primero que desearlo. Se nos abre entonces otro aspecto que define esta condición; no podemos rehuir del deseo. En efecto, es un error pensar que podemos dejar efectivamente de desear si esto implica el querer que así sea; podemos suspender todo deseo objetivo y determinado, pero no podemos negar que estamos siendo en ese mismo instante, deseo de no desear nada. Esta condición es análoga a la que Sartre señala respecto a la libertad, pues podemos tratar de esquivarla mediante la mala fe, nos dirá, pero ello no impide que podamos tomar la determinación de llevar nuestra libertad hasta sus límites, vale decir, hasta sus últimas consecuencias si así lo pensamos y queremos. El desesperar por la condición de deseante se puede definir entonces, como el deseo -desesperado- de no desear más, de realizar un deseo definitivo que extinga la cadena de deseos que se despliega ante mí.

Entonces, podemos ahora demostrar la naturaleza irrenunciable de esta realidad que hemos llamado ser deseante, en tanto modo de ser del sujeto. Kierkegaard nos señala, respecto a la desesperación, que ésta no se define porque existe algo que la provoca, no se desespera por algo concreto y particular, se desespera de uno mismo en tanto que es espíritu y que desea volverse un yo definido e inmutable, pero que se ve en la tarea de auto-apropiarse perenne y angustiantemente. Por ello la enfermedad mortal no es una simple depresión. El desesperar, por ser una subjetividad deseante, está articulado de la misma manera, ya que lo que desespera no es el desear un objeto exterior que permanece fuera de mi alcance, el ser deseante no se reduce a ningún estadio de los que Kierkegaard señala, lo que desespera de esta situación es el ser uno mismo ese deseo, el cargar el peso que eso significa, pues pone en juego mis posibilidades de realizarlo y por ello, de realizarme. De esta manera, al ser deseante le negamos características psicologizantes que lo lleven a definirse a nivel pulsional, al contrario, el hecho mismo de comprenderse como una manera de ser del sujeto le otorga el estatuto de una condición ontológica y no psicológica como quizás se podría interpretar.

Por último, esta condición de ser que es el ser sujeto deseante, está abierta a definirse de una manera negativa y otra positiva. La manera negativa nos muestra el efecto nihilizante por un lado y alienante por el otro que puede revestir sobre el hombre, pues el deseo puede volverse como hemos visto en los estadios estético y ético una trampa secuestradora de la voluntad, del pensamiento reflexivo e individualizante. La manera positiva nos lleva a pensar esta realidad del sujeto como una apuesta, vale decir, como una invitación a trascender y elevarse sobre los estadios anteriores. Podemos de esta manera, darle al ser deseante un puesto entre los demás estadios que se despliegan progresivamente hacia la trascendencia, que apuntan hacia lo infinito, en palabras de Kierkegaard, hacia Dios.

Podemos decir con ello, que en vías de ascender, el deseo le pisa los talones al hombre y lo mantiene, en tanto que ser finito y falible, siempre en estado de atención perpetua para no caer en el mal. El mal en efecto, es la aspiración hacia la nada, en términos del deseo, el quedarse enfrascados en el anhelo de placer inmediato, fácil y superfluo. O por otra parte, en el conformarse en la vida fácil de la multitud, en el quedarse en el mero cumplimiento de las leyes y deseos de los hombres; así Kierkegaard nos muestra la oportunidad del gran salto, en pasar de la angustia y la desesperación a la fe, pues cada determinación que tome el hombre, dirá el filósofo danés, lo hará descender de lugar o acercarse cada vez más a los brazos de Dios.





[1] Kierkegaard, S. La enfermedad mortal. Trad. Demetrio Gutiérrez Rivero. Madrid: Trotta, 2008, pp.51

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